Del 16 al 18 de febrero, promovido por el Dicasterio para los Laicos, Familia y Vida, se ha celebrado en la Ciudad del Vaticano un importante Congreso titulado “Pastores y Fieles Laicos llamados a caminar juntos” sobre la corresponsabilidad entre pastores y laicos con el objetivo de sensibilizar a unos y otros sobre el sentido de responsabilidad que surge del bautismo y que nos une a todos, y sobre la necesidad de una formación adecuada para que esta corresponsabilidad sea vivida efectivamente. En él participamos 210 personas –107 laicos, 36 sacerdotes y 67 obispos– de más de 80 países de los diferentes continentes en representación de conferencias episcopales y de movimientos y asociaciones. Una auténtica experiencia de la universalidad de la Iglesia.
Este Congreso ha coincidido con el tercer aniversario del Congreso de Laicos, celebrado del 14 al 16 de febrero de 2020, promovido desde la Conferencia Episcopal Española con el fin de dinamizar el laicado y de caminar corresponsablemente como Pueblo de Dios que peregrina en España hacia una auténtica Iglesia en salida. Y se ha celebrado justo una semana después de la asamblea continental europea organizada en el contexto del proceso sinodal convocada por el Santo Padre.
Tener presente estas realidades no sólo permite contextualizar mejor el momento que estamos viviendo a nivel eclesial; ante todo, conduce a reforzar la sensación interior, tantas veces compartida, de que quizás todo esto no es casual, quizás es la Providencia quien nos está ayudando a comprender y tratar de poner en práctica, decididamente y en comunión, desde la complementariedad de las distintas vocaciones, lo que el Concilio Vaticano II señaló hace casi 40 años, y que vale la pena recordar:
(37)Los laicos, al igual que todos los fieles cristianos, tienen el derecho de recibir con abundancia de los sagrados Pastores los auxilios de los bienes espirituales de la Iglesia, en particular la palabra de Dios y los sacramentos. Y manifiéstenles sus necesidades y sus deseos con aquella libertad y confianza que conviene a los hijos de Dios y a los hermanos en Cristo. Conforme a la ciencia, la competencia y el prestigio que poseen, tienen la facultad, más aún, a veces el deber, de exponer su parecer acerca de los asuntos concernientes al bien de la Iglesia. Esto hágase, si las circunstancias lo requieren, a través de instituciones establecidas para ello por la Iglesia, y siempre en veracidad, fortaleza y prudencia, con reverencia y caridad hacia aquellos que, por razón de su sagrado ministerio, personifican a Cristo.
Los laicos, como los demás fieles, siguiendo el ejemplo de Cristo, que con su obediencia hasta la muerte abrió a todos los hombres el dichoso camino de la libertad de los hijos de Dios, acepten con prontitud de obediencia cristiana aquello que los Pastores sagrados, en cuanto representantes de Cristo, establecen en la Iglesia en su calidad de maestros y gobernantes. Ni dejen de encomendar a Dios en la oración a sus Prelados, que vigilan cuidadosamente como quienes deben rendir cuenta por nuestras almas, a fin de que hagan esto con gozo y no con gemidos (cf. Hb 13,17).
Por su parte, los sagrados Pastores reconozcan y promuevan la dignidad y responsabilidad de los laicos en la Iglesia. Recurran gustosamente a su prudente consejo, encomiéndenles con confianza cargos en servicio de la Iglesia y denles libertad y oportunidad para actuar; más aún, anímenles incluso a emprender obras por propia iniciativa. Consideren atentamente ante Cristo, con paterno amor, las iniciativas, los ruegos y los deseos provenientes de los laicos. En cuanto a la justa libertad que a todos corresponde en la sociedad civil, los Pastores la acatarán respetuosamente.
Precisamente una de las preguntas que ha resonado con fuerza, lanzada por el Cardenal Farrell, Prefecto del Dicasterio, en la ponencia inaugural es cómo resulta posible que, tanto tiempo después, estemos reflexionando aún sobre la cuestión de la corresponsabilidad y de la importancia de la comunión en la Iglesia para la evangelización del mundo. Parte de la respuesta puede estar en el hecho de que nos sigue costando ser fieles a nuestra propia misión, en un contexto de secularización creciente, cada vez más absoluta, en el que es vital la conversión personal, la auténtica vida de fe, la plena coherencia entre lo que vivimos en el día a día y lo que estamos llamados a ser.
Tanto las diferentes ponencias (que tocaron distintos temas, desde el magisterio de la Iglesia sobre la vocación y la espiritualidad laical, hasta las claves del ordenamiento canónico sobre la participación de los laicos en la Iglesia y en el mundo, pasando por la formación), como las experiencias que se presentaron fueron muy buenas premisas para la reflexión y evidenciaron que son muchas las iniciativas en nuestras comunidades eclesiales que tratan de dar respuesta, desde la concreta realidad, a los desafíos que nos plantea como Iglesia el mundo actual. También los encuentros espontáneos entre los participantes durante las comidas compartidas o los tiempos para el café propiciaron diálogos muy valiosos sobre cómo estamos viviendo la fe en nuestros diferentes países.
En su mensaje final, el Papa Francisco –quien quiso hacerse presente y saludar personalmente a cada uno de los congresistas– nos ofrece algunas claves importantes para seguir avanzando en el camino. Partiendo de las evidentes faltas de comunión que podemos observar en nuestras comunidades eclesiales –entre clero y laicos, consagrados y resto del Pueblo de Dios, élites intelectuales y religiosidad popular y otras muchas– insiste en la necesidad de ser Pueblo de Dios unido en la misión: laicos y pastores juntos en la Iglesia; laicos y pastores juntos en el mundo.
Quienes, alejados de prejuicios, lo hemos experimentado en la fase diocesana del Sínodo sobre la sinodalidad sabemos que éste es el camino. Quienes participamos en el proceso abierto con motivo del Congreso de Laicos tenemos la certeza de que vivir la corresponsabilidad genera comunión y conduce a la acción evangelizadora de modo eficaz; quienes, desde nuestras Parroquias, asociaciones, movimientos, comunidades y grupos, tratamos de vivir la fe y de impulsar acciones transformadoras en diferentes ámbitos pastorales –laicos, familias, jóvenes, cofradías y hermandades, ancianos, enfermos, vida pública, escuela…– lo vivimos cada día.
Los retos que hemos de afrontar no son fáciles ni sencillos. Asistimos imponentes a la creciente división de nuestra Iglesia, nos duelen algunas de las medidas que adoptan nuestros poderes públicos, contrarias a la naturaleza y la dignidad del ser humano, cada vez son más aquellos que viven como si Dios no existiera, el individualismo y el relativismo crecen imparables, la razón va perdiendo espacio en favor de la opinión, el diálogo serio y responsable sobre las grandes cuestiones del hombre y del mundo se hace cada vez más difícil…
Pero hemos de mantener la esperanza. Como nos recuerda Benedicto XVI en Spe Salvi, el género humano subsiste gracias a unos pocos; si ellos desaparecieran, el mundo perecería. Podemos ser pocos, pero hemos de tratar de ser fieles a Cristo y su Evangelio. Y trabajar corresponsablemente en la Iglesia y en el mundo, a la luz de la fe, para que quienes están a nuestro lado puedan conocerlo. Tantos buenos religiosos –contemplativos y activos– que han renunciado a todo por vivir plenamente unidos al Señor; tantos buenos sacerdotes que se esmeran en ser pastores y acompañar a cuantos encuentran en el camino; tantos fieles laicos que, en coherencia con la llamada recibida por el bautismo, buscan el bien de la comunidad eclesial y la transformación de los ambientes en los que habitan para hacer de ellos un anticipo del Reino de Dios, pueden ser pocos en términos estadísticos, pero son esos pocos que, con la esperanza que ofrece la fe en Dios y en colaboración con otros hombres y mujeres de buena voluntad, sostienen el mundo. Puede que nos cueste verlo y creerlo, pero es así.
Nuestra única tarea es buscar la voluntad de Dios en nuestra vida. Y tratar de ser fieles a lo que Él nos pide. En eso se resume la idea de la corresponsabilidad: en la fidelidad a la llamada personal del Señor. Lo demás no depende de nosotros. Esto, por el contrario, sí, y no siempre lo tenemos presente.
Quizás ha sido el principal mensaje del Congreso: compartimos una misma fe, tenemos encomendada una misma misión, somos una familia y formamos parte de una comunidad, que es la Iglesia. Y todo ello se integra en el Plan de Dios para la humanidad, del que nosotros, por voluntad suya, somos protagonistas.
Isaac Martín Delgado
Delegado Episcopal de Apostolado Seglar de Toledo
Miembro del Consejo Asesor de Laicos