La celebración de apertura del Sínodo del 17 de octubre en todas las diócesis podría consistir en una eucaristía, pero también podría adoptar otra forma: una celebración de la liturgia de la Palabra, una peregrinación, una oración para litúrgica, etc. En este documento se pueden encontrar:
⇒ Para acentuar la comunión, los mensajes clave que se deben transmitir son: «Estamos dispersos en nuestra diócesis, pero Dios nos une para ser uno»; «El objetivo no es ser todos iguales, sino caminar juntos, compartiendo un camino común y abrazando nuestra diversidad»; «La comunión que Dios construye entre nosotros es más fuerte que cualquier división»; «En medio de nuestras muchas diferencias, estamos unidos en nuestro bautismo común, como miembros del cuerpo de Cristo». Para manifestar la comunión en los distintos niveles de la Iglesia local se pueden destacar en las parroquias los movimientos y las distintas comunidades de la diócesis.
⇒ Para enfatizar la participación, los fieles laicos deben tener un papel vital en la liturgia. También debe hacerse un esfuerzo por incluir a los que, a veces, pueden quedar excluidos, como los miembros de otras confesiones cristianas y otras religiones, las personas en situación de pobreza y marginación, los discapacitados, los jóvenes, las mujeres,
⇒ Para acentuar la misión, se pueden distinguir los numerosos dones y carismas del pueblo de Dios en la diócesis. Los mensajes clave que se transmitirán son: «Cada cristiano tiene un papel vital que desempeñar en la misión de la Iglesia»; «Todos los bautizados son piedras vivas en la construcción del cuerpo de Cristo»; «Nadie está excluido de la alegría del Evangelio»; «Los laicos tienen una misión especial en el testimonio del Evangelio en todas las partes de la sociedad humana»; «Como discípulos de Jesús, somos levadura en medio de la humanidad para que el reino de Dios se levante en todo el mundo».
Después de la ceremonia de apertura en Roma del día 10 de octubre de 2021:
⇒ Hay 7 días entre la ceremonia de apertura en Roma y la ceremonia de apertura en las Iglesias locales (17 de octubre de 2021). Como preparación espiritual para la apertura del Sínodo en cada Iglesia local, se invita en este tiempo a tener 7 días de oración por las intenciones específicas relacionadas con el Sínodo.
Esta oración se puede utilizar ampliamente en toda la fase diocesana del proceso sinodal. También se puede incorporar a la celebración litúrgica de apertura del Sínodo en las Iglesias locales el día 17 de octubre. Atribuida a san Isidoro de Sevilla (560-636), se ha utilizado tradicionalmente en concilios y sínodos durante cientos de años. La versión que sigue está diseñada específicamente para el camino sinodal de la Iglesia de 2021 a 2023.
ESTAMOS ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre.
Tú, que eres nuestro verdadero consejero:
ven a nosotros,
apóyanos,
entra en nuestros corazones.
Enséñanos el camino,
muéstranos cómo alcanzar la meta.
Impide que perdamos el rumbo
como personas débiles y pecadoras.
No permitas que
la ignorancia nos lleve por falsos caminos.
Concédenos el don del discernimiento,
para que no dejemos que nuestras acciones se guíen
por prejuicios y falsas consideraciones.
Condúcenos a la unidad en ti,
para que no nos desviemos del camino
de la verdad y la justicia,
sino que en nuestro peregrinaje terrenal nos esforcemos
por alcanzar la vida eterna.
Esto te lo pedimos a ti,
que obras en todo tiempo y lugar,
en comunión con el Padre y el Hijo
por los siglos de los siglos. Amén.
En las Iglesias locales que decidan abrir el proceso sinodal con una celebración eucarística, pueden utilizar uno de los siguientes formularios:
— Misas votivas: 9. Del Espíritu Santo.
— Misas y oraciones por diversas necesidades:
I. Por la santa Iglesia:
1. Por la Iglesia:
a) Formulario A.
b) Formulario E: Por la Iglesia particular.
5. Por el concilio o el sínodo.
Se inicia la celebración en el baptisterio.
– Canto de entrada.
– Señal de la cruz.
– Saludo.
– Monición.
– Renovación de las promesas bautismales.
– Rito de la aspersión.
– El libro de los Evangelios precede a la procesión.
– Himno procesional de las letanías de los santos.
– Después del libro de los Evangelios, se lleva un icono mariano, mientras se canta un himno de procesión.
– El libro de los Evangelios se colocará en el altar y el icono mariano cerca del altar.
– Oración colecta.
Primera lectura (opción 1) Hch 10, 1-48
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles.
HABÍA en Cesarea un hombre llamado Cornelio, centurión de la cohorte llamada Itálica, piadoso y temeroso de Dios, al igual que toda su casa; daba muchas limosnas al pueblo y oraba continuamente a Dios. Este, hacia la hora de nona, vio claramente en visión un ángel de Dios que fue a su encuentro y le dijo:
«Cornelio».
Él se quedó mirando, lleno de miedo, y dijo:
«¿Qué hay, señor?».
Le respondió:
«Tus oraciones y tus limosnas han subido como memorial a la presencia de Dios. Ahora manda a alguien a Jafa y haz venir a un tal Simón llamado Pedro, que se aloja en casa de un tal Simón curtidor, que tiene su casa a orillas del mar».
Tan pronto como se marchó el ángel que le había hablado, llamó a dos siervos y a un soldado piadoso de los que estaban a su servicio, les contó todo y los mandó a Jafa.
Al día siguiente, mientras estos caminaban y se acercaban a la ciudad, subió Pedro a la terraza hacia la hora de sexta para orar. Sintió hambre y quería tomar algo. Mientras se lo preparaban, le sobrevino un éxtasis: contemplando el cielo abierto y una especie de recipiente que bajaba, semejante a un gran lienzo, que era descolgado a la tierra sostenido por los cuatro extremos. Estaba lleno de toda especie de cuadrúpedos, reptiles de la tierra y aves del cielo. Y una voz le dijo:
«Levántate, Pedro, mata y come». Pedro replicó:
«De ningún modo, Señor, pues nunca comí cosa profana e impura». Y de nuevo por segunda vez le dice una voz:
«Lo que Dios ha purificado, tú no lo consideres profano».
Esto sucedió hasta tres veces y luego el receptáculo fue subido al cielo. Estaba todavía Pedro dándole vueltas al significado de la visión que había visto, cuando los hombres enviados por Cornelio, después de haber preguntado por la casa de Simón, llegaron a la puerta, y, a voces, preguntaban si Simón, llamado Pedro, se alojaba allí. Entonces dijo el Espíritu a Pedro, que seguía perplejo con la visión:
«Mira, tres hombres te están buscando; levántate, baja y ponte en camino con ellos sin dudar, pues yo los he enviado».
Bajando Pedro al encuentro de los hombres, les dijo:
«Aquí estoy, yo soy el que buscáis. ¿Cuál es el motivo de vuestra venida?». Ellos le dijeron:
«El centurión Cornelio, hombre justo y temeroso de Dios, acreditado además por el testimonio de todo el pueblo judío, ha recibido de un ángel santo la orden de hacerte ir a su casa y de escuchar tus palabras».
Él los invitó a entrar y los alojó. Al día siguiente, se levantó y marchó con ellos, haciéndose acompañar por algunos de los hermanos de Jafa.
Al día siguiente entró en Cesarea, donde Cornelio lo estaba esperando, reunido con sus parientes y amigos íntimos. Cuando iba a entrar Pedro, Cornelio le salió al encuentro y, postrándose, le quiso rendir homenaje. Pero Pedro lo levantó, diciéndole:
«Levántate, que soy un hombre como tú».
Entró en la casa conversando con él y encontró a muchas personas reunidas. Entonces les dijo:
«Vosotros sabéis que a un judío no le está permitido relacionarse con extranjeros ni entrar en su casa, pero a mí Dios me ha mostrado que no debo llamar pro- fano o impuro a ningún hombre; por eso, al recibir la llamada, he venido sin poner objeción. Decidme, pues, por qué motivo me habéis hecho venir».
Cornelio dijo:
«Hace cuatro días, a esta misma hora, cuando estaba haciendo la oración de la hora de nona en mi casa, se me presentó un hombre con vestido resplandeciente y me dijo: “Cornelio, Dios ha oído tu oración y ha recordado tus limosnas; envía, pues, a Jafa y haz venir a Simón, llamado Pedro, que se aloja en casa de un tal Simón curtidor, a orillas del mar”. Enseguida envié a por ti, y tú has hecho bien en venir. Ahora, aquí nos tienes a todos delante de Dios, para escuchar lo que el Señor te haya encargado decirnos».
Pedro tomó la palabra y dijo:
«Ahora comprendo con toda verdad que Dios no hace acepción de personas, sino que acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea. Envió su palabra a los hijos de Israel, anunciando la Buena Nueva de la paz que traería Jesucristo, el Señor de todos. Vosotros conocéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la tierra de los judíos y en Jerusalén. A este lo mataron, colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de manifestarse, no a todo el pueblo, sino a los testigos designados por Dios: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección de entre los muertos. Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos. De él dan testimonio todos los profetas: que todos los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados».
Todavía estaba exponiendo Pedro estos hechos, cuando bajó el Espíritu Santo sobre todos los que escuchaban la palabra, y los fieles de la circuncisión que habían venido con Pedro se sorprendieron de que el don del Espíritu Santo se derramara también sobre los gentiles, porque los oían hablar en lenguas extra- ñas y proclamar la grandeza de Dios. Entonces Pedro añadió:
«¿Se puede negar el agua del bautismo a los que han recibido el Espíritu Santo igual que nosotros?».
Y mandó bautizarlos en el nombre de Jesucristo. Entonces le rogaron que se que- dara unos días con ellos.
Palabra de Dios.
Primera lectura (opción 2) Hch 2, 1-11
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles.
AL cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse.
Residían entonces en Jerusalén judíos devotos venidos de todos los pueblos que hay bajo el cielo. Al oírse este ruido, acudió la multitud y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Estaban todos estupefactos y admirados, diciendo:
«¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno de nosotros los oímos hablar en nuestra lengua nativa?
Entre nosotros hay partos, medos, elamitas y habitantes de Mesopotamia, de Judea y Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia y Panfilia, de Egipto y de la zona de Libia que limita con Cirene; hay ciudadanos romanos forasteros, tanto judíos como prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las grandezas de Dios en nuestra propia lengua».
Palabra de Dios.
Salmo responsorial (opción 1) Sal 103, 1. 24. 29-30. 31. 34 (R.: 1a)
R. Bendice, alma mía, al Señor.
V. Bendice, alma mía, al Señor:
¡Dios mío, qué grande eres!
Te vistes de belleza y majestad. R.
V. Cuántas son tus obras, Señor,
y todas las hiciste con sabiduría;
la tierra está llena de tus criaturas. R.
V. Escondes tu rostro, y se espantan;
les retiras el aliento, y expiran
y vuelven a ser polvo;
envías tu espíritu, y los creas,
y repueblas la faz de la tierra. R.
V. Gloria a Dios para siempre,
goce el Señor con sus obras. R.
V. Que le sea agradable mi poema,
y yo me alegraré con el Señor. R.
Salmo responsorial (opción 2) Sal 32, 10-11. 12-13. 14-15 (R.: 12a)
R. Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor.
V. El Señor deshace los planes de las naciones,
frustra los proyectos de los pueblos;
pero el plan del Señor subsiste por siempre;
los proyectos de su corazón, de edad en edad. R.
V. Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él se escogió como heredad.
El Señor mira desde el cielo,
se fija en todos los hombres. R.
V. Desde su morada observa
a todos los habitantes de la tierra:
él modeló cada corazón,
y comprende todas sus acciones. R
Segunda lectura (opción 1) Gál 5, 1-24
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas.
HERMANOS:
Para la libertad nos ha liberado Cristo. Manteneos, pues, firmes, y no dejéis que vuelvan a someteros a yugos de esclavitud.
Mirad: yo, Pablo, os digo que, si os circuncidáis, Cristo no os servirá de nada. Y vuelvo a declarar que todo aquel que se circuncida está obligado a observar toda la ley. Los que pretendéis ser justificados en el ámbito de la ley, habéis roto con Cristo, habéis salido del ámbito de la gracia. Pues nosotros mantenemos la esperanza de la justicia por el Espíritu y desde la fe; porque en Cristo nada valen la circuncisión o la incircuncisión, sino la fe que actúa por el amor.
Estabais corriendo bien; ¿quién os cerró el paso para que no obedecieseis a la verdad? Tal persuasión no procede del que os llama. Un poco de levadura hace fermentar toda la masa. En relación con vosotros, yo confío en que el Señor hará que no penséis de otro modo; ahora bien, el que os alborota, sea quien sea, cargará con su condena.
Por mi parte, hermanos, si es verdad que continúo predicando la circuncisión,
¿por qué siguen persiguiéndome? ¡El escándalo de la cruz ha quedado anulado!
¡Ojalá se mutilasen los que os soliviantan!
Pues vosotros, hermanos, habéis sido llamados a la libertad; ahora bien, no utilicéis la libertad como estímulo para la carne; al contrario, sed esclavos unos de otros por amor. Porque toda la ley se cumple en una sola frase, que es: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Pero, cuidado, pues mordiéndoos y devorándoos unos a otros acabaréis por destruiros mutuamente.
Frente a ello, yo os digo: caminad según el Espíritu y no realizaréis los deseos de la carne; pues la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne; efectivamente, hay entre ellos un antagonismo tal que no hacéis lo que quisierais. Pero si sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la ley.
Las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, discordia, envidia, cólera, ambiciones, divisiones, disensiones, rivalidades, borracheras, orgías y cosas por el estilo. Y os prevengo, como ya os previne, que quienes hacen estas cosas no heredarán el reino de Dios.
En cambio, el fruto del Espíritu es: amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bon- dad, lealtad, modestia, dominio de sí. Contra estas cosas no hay ley. Y los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con las pasiones y los deseos.
Palabra de Dios.
Segunda lectura (opción 2) 1 Cor 12, 12-26
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios.
HERMANOS:
Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu. Pues el cuerpo no lo forma un solo miembro, sino muchos.
Si dijera el pie: «Puesto que no soy mano, no formo parte del cuerpo», ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Y si el oído dijera: «Puesto que no soy ojo, no formo parte del cuerpo», ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el cuerpo entero fuera ojo, ¿dónde estaría el oído?; si fuera todo oído, ¿dónde estaría el olfato? Pues bien, Dios distribuyó cada uno de los miembros en el cuerpo como quiso.
Si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo?
Sin embargo, aunque es cierto que los miembros son muchos, el cuerpo es uno solo.
El ojo no puede decir a la mano: «No te necesito»; y la cabeza no puede decir a los pies: «No os necesito». Sino todo lo contrario, los miembros que parecen más débiles son necesarios. Y los miembros del cuerpo que nos parecen más despreciables los rodeamos de mayor respeto; y los menos decorosos los tratamos con más decoro; mientras que los más decorosos no lo necesitan.
Pues bien, Dios organizó el cuerpo dando mayor honor a lo que carece de él, para que así no haya división en el cuerpo, sino que más bien todos los miembros se preocupen por igual unos de otros. Y si un miembro sufre, todos sufren con él; si un miembro es honrado, todos se alegran con él.
Palabra de Dios.
Segunda lectura (opción 3) 1 Cor 12, 27-31
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios.
HERMANOS:
Vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro.
Pues en la Iglesia Dios puso en primer lugar a los apóstoles; en segundo lugar, a los profetas; en el tercero, a los maestros; después, los milagros; después el carisma de curaciones, la beneficencia, el gobierno, la diversidad de lenguas.
¿Acaso son todos apóstoles? ¿O todos son profetas? ¿O todos maestros? ¿O hacen todos milagros? ¿Tienen todos don para curar? ¿Hablan todos en lenguas o todos las interpretan?
Ambicionad los carismas mayores.
Palabra de Dios.
Aleluya
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles
y enciende en ellos la llama de tu amor. R.
Evangelio (opción 1) Lc 24, 13-35
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
AQUEL mismo día (el primero de la semana), dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo:
«¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?».
Ellos se detuvieron con aire entristecido. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió:
«¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?».
Él les dijo:
«¿Qué?».
Ellos le contestaron:
«Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron».
Entonces él les dijo:
«¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?».
Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras.
Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo:
«Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída».
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista.
Y se dijeron el uno al otro:
«¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?».
Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:
«Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón».
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Palabra del Señor.
Evangelio (opción 2) Mt 5, 13-16
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?
No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos».
Palabra del Señor.
Evangelio (opción 3) Jn 16, 12-15
Lectura del santo Evangelio según San Juan.
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues no hablará por cuenta propia, sino que hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir.
Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará.
Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que recibirá y tomará de lo mío y os lo anunciará».
Palabra del Señor.
Evangelio (opción 4) Lc 8, 4-15
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
EN aquel tiempo, habiéndose reunido una gran muchedumbre y gente que salía de toda la ciudad, dijo Jesús en parábola:
«Salió el sembrador a sembrar su semilla.
Al sembrarla, algo cayó al borde del camino, lo pisaron, y los pájaros del cielo se lo comieron.
Otra parte cayó en terreno pedregoso, y, después de brotar, se secó por falta de humedad.
Otra parte cayó entre abrojos, y los abrojos, creciendo al mismo tiempo, la ahogaron.
Y otra parte cayó en tierra buena, y, después de brotar, dio fruto al ciento por uno».
Dicho esto, exclamó:
«El que tenga oídos para oír, que oiga».
Entonces le preguntaron los discípulos qué significaba esa parábola. Él dijo:
«A vosotros se os ha otorgado conocer los misterios del reino de Dios; pero a los demás, en parábolas, “para que viendo no vean y oyendo no entiendan”.
El sentido de la parábola es este: la semilla es la palabra de Dios.
Los del borde del camino son los que escuchan, pero luego viene el diablo y se lleva la palabra de sus corazones, para que no crean y se salven.
Los del terreno pedregoso son los que, al oír, reciben la palabra con alegría, pero no tienen raíz; son los que por algún tiempo creen, pero en el momento de la prueba fallan.
Lo que cayó entre abrojos son los que han oído, pero, dejándose llevar por los afanes, riquezas y placeres de la vida, se quedan sofocados y no llegan a dar fruto maduro.
Lo de la tierra buena son los que escuchan la palabra con un corazón noble y generoso, la guardan y dan fruto con perseverancia».
Palabra del Señor.
Evangelio (opción 5) Lc 8, 16-21
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
EN aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
«Nadie que ha encendido una lámpara, la tapa con una vasija o la mete debajo de la cama, sino que la pone en el candelero para que los que entren vean la luz.
Pues nada hay oculto que no llegue a descubrirse ni nada secreto que no llegue a saberse y hacerse público.
Mirad, pues, cómo oís, pues al que tiene se le dará y al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener».
Vinieron a Jesús su madre y sus hermanos, pero con el gentío no lograban llegar hasta él.
Entonces le avisaron:
«Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte». Él respondió diciéndoles:
«Mi madre y mis hermanos son estos: los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen».
Palabra del Señor.
Después de la homilía sigue un momento de oración en silencio.
Aquí se pueden dar breves testimonios de diferentes miembros del pueblo de Dios. Después de cada testimonio, se lleva una lámpara ante el icono mariano. Entre cada testimonio se puede cantar un breve canto al Espíritu Santo. También se puede cantar el Veni Creator Spiritus y rezar la oración Adsumus Sancte Spiritus. Después de los testimonios y de la invocación del Espíritu Santo se hace la oración de los fieles, seguida del padrenuestro. Los testimonios también pueden ser sustituidos por un breve tiempo de intercambio en oración sobre la Palabra de Dios que se ha proclamado, en pequeños grupos de dos a cinco personas.
Rito de conclusión
– Bendición.
– Entrega de un signo de misión que simbolice el inicio del Sínodo.
– El ministro despide a la asamblea.
Cada parroquia/comunidad (o sus representantes), después de haber recibido un signo de la misión del Sínodo, se dirige al icono mariano y toma la lámpara que su parroquia/comunidad encenderá durante el camino sinodal.
Es conveniente organizar una procesión para representar el camino como punto de partida del proceso sinodal.
Organizar una peregrinación a un santuario importante en la diócesis es una forma simbólica de caminar juntos para emprender el proceso sinodal. La peregrinación puede ir acompañada de una celebración de la liturgia de la Palabra o de una celebración eucarística.
El sacerdote, con las manos juntas, invita a los fieles a orar diciendo:
A Dios, nuestro Padre, que con amor rige los destinos de su Iglesia, presentemos confiadamente nuestra oración.
R. Señor, escúchanos.
R. Señor, escúchanos.
R. Señor, escúchanos.
R. Señor, escúchanos.
R. Señor, escúchanos.
R. Señor, escúchanos.
R. Señor, escúchanos.
R. Señor, escúchanos.
R. Señor, escúchanos.
R Señor, escúchanos.
El sacerdote, con las manos extendidas, termina la plegaria común diciendo:
BENDICE, Dios y Padre nuestro,
a tu siervo el papa Francisco,
a los obispos, sacerdotes y diáconos,
a los religiosos y a todos los fieles,
y concédeles caminar juntos en la comunión mutua,
la participación de todos y el ardor de la misión.
Junta las manos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
El celebrante:
El Señor esté con vosotros.
La asamblea responde:
Y con tu espíritu.
El diácono o, en su defecto, el mismo sacerdote, puede amonestar a los fieles con estas palabras u otras parecidas: Inclinaos para recibir la bendición.
El celebrante:
Somos el cuerpo de Cristo
y cada uno de nosotros es un miembro de él
A vosotros, que sois su pueblo,
el Señor os mantenga en la unidad de su amor para que el mundo llegue a creer.
El coro y la asamblea responden:
¡Amén, amén, amén!
El celebrante:
Todos estamos llamados a la santidad.
Vosotros, los religiosos, los fieles laicos
y todo el pueblo de Dios,
fomentad vivir unos con otros según la luz del Evangelio.
El coro y la asamblea responden:
¡Amén, amén, amén!
El celebrante:
El cuerpo de Cristo se construye
a través de diversos carismas y ministerios.
Vosotros, diáconos, sacerdotes, obispos
y todos los ministros del pueblo de Dios,
que el Señor os mantenga fieles
y alegres al servicio de la misión de la Iglesia.
El coro y la asamblea responden:
¡Amén, amén, amén!
El celebrante:
Y la bendición de Dios todopoderoso,
Padre +, Hijo +, y Espíritu Santo +,
descienda sobre vosotros y os acompañe siempre.
El coro y la asamblea responden:
¡Amén, amén, amén!
La celebración de apertura de la fase diocesana del sínodo Por una iglesia sinodal. Comunión, participación, misión es única, y se hace por el obispo diocesano utilizando el material de este folleto.
No obstante, para que los fieles se hagan más conscientes de la importancia de este acontecimiento y para que quienes no toman parte en la apertura diocesana se puedan unir espiritualmente a ella, se ofrece este subsidio, que puede utilizarse, en todo o en parte, en las eucaristías del domingo XXIX del tiempo ordinario en las parroquias o comunidades cristianas.
Con permiso del obispo puede utilizarse el formulario Por el concilio o el sínodo (Misal Romano, Misas y oraciones por diversas necesidades, Por la santa Iglesia, 5, p. 1005).
Las lecturas han de ser las del domingo XXIX del tiempo ordinario.
RITOS INICIALES
Canto de entrada
Reunido el pueblo, el sacerdote con los ministros va al altar, mientras se entona el canto de entrada: ¡Sálvanos, Señor Jesús! (CLN, A 14) u otro canto apropiado. Si no hay canto de entrada, los fieles, o algunos de ellos, o un lector, recitarán la antífona de entrada del XXIX domingo del tiempo ordinario (Sal 16, 6. 8):
Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío; inclina el
oído y escucha mis palabras. Guárdame como a las niñas de
tus ojos, a la sombra de tus alas escóndeme.
O bien, si se celebra la misa por el concilio (Col 3, 14-15):
Por encima de todo esto, el amor, que es el vínculo de la unidad perfecta. Que la paz de Cristo reine en vuestros corazones.
Terminado el canto de entrada, el sacerdote y los fieles, de pie, se santiguan, mientras el sacerdote dice:
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
R. Amén.
El sacerdote, extendiendo las manos, saluda al pueblo diciendo:
La paz, la caridad y la fe,
de parte de Dios Padre
y de Jesucristo, el Señor,
estén con todos vosotros.
R. Y con tu espíritu.
Monición de entrada
El sacerdote, el diácono u otro ministro idóneo, hace la siguiente monición sobre el sentido de la jornada:
Hermanos: en este domingo vigésimo noveno del tiempo ordinario, la Iglesia nos anima a seguir a Jesús recorriendo el mismo camino que hizo él: en el amor, la humildad y la obediencia a Dios. Dentro de dos años, en octubre de 2023, se celebrará el sínodo de los obispos, que es una reunión de una representación de los obispos del mundo entero, donde se reflexionará sobre la importancia de que toda la Iglesia camine unida —eso es lo que significa la palabra «sínodo» desde las claves de la comunión, la participación y la misión.
En este domingo se abre en las diócesis de todo el mundo, y también en la nuestra, la fase preparatoria diocesana de este sínodo de los obispos. Por eso, queremos unirnos espiritualmente a nuestro obispo y a todas las diócesis del mundo y pedir por los frutos de este tiempo de gracia que se abre para toda la Iglesia.
Acto penitencial (tercera fórmula)
El sacerdote invita a los fieles al arrepentimiento:
Jesucristo, el justo, intercede por nosotros y nos reconcilia con el Padre. Abramos, pues, nuestro espíritu al arrepentimiento para acercarnos a la mesa del Señor.
Se hace una breve pausa de silencio. Después, el sacerdote, u otro ministro, dice las siguientes invocaciones:
Tú, que eres el camino que conduce al Padre: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
Tú, que eres la verdad que ilumina los pueblos: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
Tú, que eres la vida que renueva el mundo: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
El sacerdote concluye con la siguiente plegaria:
Dios todopoderoso
tenga misericordia de nosotros,
perdone nuestros pecados
y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.
Himno
A continuación, se canta (cf. CLN, cantos que van precedidos por la letra C) o se dice el himno.
Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. Por tu inmensa gloria te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias, Señor Dios, Rey celestial, Dios Padre todopoderoso. Señor, Hijo único, Jesucristo; Señor Dios, Cordero de Dios, Hijo del Padre; tú que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros; tú que quitas el pecado del mundo, atiende nuestra súplica; tú que estás sentado a la derecha del Padre, ten piedad de nosotros; porque solo tú eres Santo, solo tú Señor, solo tú Altísimo, Jesucristo, con el Espíritu Santo en la gloria de Dios Padre. Amén.
Oración colecta (si se celebra la misa XXIX del tiempo ordinario)
Acabado el himno, el sacerdote, con las manos juntas, dice:
Oremos.
Y todos, junto con el sacerdote, oran en silencio durante unos momentos. Después, el sacerdote, con las manos extendidas, dice:
DIOS todopoderoso y eterno, haz que te presentemos una voluntad solícita y estable, y sirvamos a tu grandeza con sincero corazón.
Junta las manos.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo y es Dios
por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Oración colecta (si se celebra la misa por el sínodo)
Acabado el himno, el sacerdote, con las manos juntas, dice:
Oremos.
Y todos, junto con el sacerdote, oran en silencio durante unos momentos. Después, el sacerdote, con las manos extendidas, dice:
SEÑOR, guía y protector de tu Iglesia,
infunde en tus siervos
el espíritu de inteligencia, de verdad y de paz,
para que conozcan de todo corazón lo que te agrada,
y, una vez conocido, lo pongan por obra con toda energía.
Junta las manos.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo y es Dios
por los siglos de los siglos.
R. Amén.
O bien:
OH, Dios, que cuidas con misericordia de tu pueblo
y lo gobiernas con amor, concede el espíritu de sabiduría
a cuantos encomendaste la misión de gobierno,
para que tu pueblo sea conducido
a un mayor conocimiento de la verdad
y crezca en la santidad que te agrada.
Junta las manos.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo y es Dios
por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Profesión de fe
Acabada la homilía se hace la profesión de fe.
Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible.
Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo,
En las palabras que siguen, hasta se hizo hombre, todos se inclinan.
y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre; y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.
Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas. Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. Confieso que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados. Espero la resurrección de los muertos y la vida del
mundo futuro. Amén.
En lugar del Símbolo Niceno-constantinopolitano, se puede emplear el Símbolo bautismal de la Iglesia de Roma, también llamado «de los Apóstoles».
Creo en Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra.
Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor,
En las palabras que siguen, hasta María Virgen, todos se inclinan.
que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació
de santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato,
fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos,
al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos
y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso.
Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos.
Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén.
Oración universal
El sacerdote, con las manos juntas, invita a los fieles a orar diciendo:
A Dios, nuestro Padre, que con amor rige los destinos de su
Iglesia, presentemos confiadamente nuestra oración.
Las intenciones son propuestas por un diácono o, en su defecto, por un lector u otra persona idónea.
1. Para que Dios dé su gracia, ilumine con su Espíritu y revista con su fuerza al santo padre el papa Francisco e ilumine a los pastores y fieles en esta fase diocesana del Sínodo de los Obispos que hoy comienza.
Oremos.
2. Para que con sabiduría y prudencia la Iglesia sepa actualizar el mensaje de Cristo según las necesidades de nuestro tiempo.
Oremos.
3. Para que los pueblos y naciones de la tierra progresen en la solidaridad, la paz y en toda clase de bienes materiales y espirituales.
Oremos.
4. Para que los pobres y los humildes encuentren en la Iglesia y en cada cristiano una mano tendida a su sufrimiento. Oremos.
5. Para que nosotros y todos los hijos de la Iglesia, participando en la medida de nuestras posibilidades en la preparación del próximo Sínodo, crezcamos en la comunión y en la caridad, caminando juntos con los ojos fijos en Cristo.
Oremos.
El sacerdote, con las manos extendidas, termina la plegaria comúndiciendo:
BENDICE, Dios y Padre nuestro,
a tu siervo el papa Francisco,
a los obispos, sacerdotes y diáconos,
a los religiosos y a todos los fieles,
y concédeles caminar juntos en la comunión mutua,
la participación de todos y el ardor de la misión.
Junta las manos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
Si se utiliza la misa Por el concilio o el sínodo se dice la plegaria eucarística I de las que pueden usarse en las misas por diversas circunstancias («La Iglesia en camino hacia la unidad», Misal Romano, p. 620).
Si se utiliza el formulario del domingo XXIX del tiempo ordinario es aconsejable utilizar el prefacio VIII dominical del tiempo ordinario (Misal Romano, p. 481).
Canto de comunión
Cuando el sacerdote comulga el Cuerpo de Cristo, comienza el canto de comunión: ¿Cómo pagaré al Señor? (CLN, O 21) u otro canto apropiado.
Después de distribuir la comunión, el sacerdote puede ir a la sede. Si se juzga oportuno, se pueden guardar unos momentos de silencio o cantar un salmo o cántico de alabanza.
Oración después de la comunión (si se celebra la misa XXIX del tiempo ordinario)
Luego, de pie en la sede o en el altar, el sacerdote, con las manos juntas, dice:
Oremos.
Y todos, junto con el sacerdote, oran en silencio durante unos momentos, a no ser que este silencio ya se haya hecho antes.
Después, el sacerdote, con las manos extendidas, dice:
SEÑOR, haz que nos sea provechosa
la celebración de las realidades del cielo,
para que nos auxilien los bienes temporales
y seamos instruidos por los eternos.
Junta las manos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
Oración después de la comunión (si se celebra la misa por el sínodo)
Luego, de pie en la sede o en el altar, el sacerdote, con las manos juntas, dice:
Oremos.
Y todos, junto con el sacerdote, oran en silencio durante unos momentos, a no ser que este silencio ya se haya hecho antes.
Después, el sacerdote, con las manos extendidas, dice:
TE rogamos, Señor misericordioso,
que el alimento santo que hemos recibido
confirme en la verdad a tus siervos
y los mueva a procurar la gloria de tu nombre.
Junta las manos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
En este momento se hacen, si es necesario y con brevedad, los oportunos anuncios o advertencias al pueblo.
Bendición solemne
El sacerdote, vuelto hacia el pueblo, extendiendo las manos, dice:
El Señor esté con vosotros.
R. Y con tu espíritu.
El diácono o, en su defecto, el mismo sacerdote, puede amonestar a los fieles con estas palabras u otras parecidas:
Inclinaos para recibir la bendición.
Luego, el sacerdote, con las manos extendidas continúa diciendo:
Dios, Padre de los astros,
que iluminó las mentes de sus discípulos
derramando sobre ellas el Espíritu Santo,
os alegre con sus bendiciones
y os llene con los dones del Espíritu consolador.
R. Amén.
Que el mismo fuego divino,
que de manera admirable se posó sobre los apóstoles,
purifique vuestros corazones de todo pecado
y los ilumine con la efusión de su claridad.
R. Amén.
Y que el Espíritu que congregó en la confesión de una misma fe
a los que el pecado había dividido en diversidad de lenguas
os conceda el don de la perseverancia en esta misma fe,
y así podáis pasar de la esperanza a la plena visión.
R. Amén.
Y la bendición de Dios todopoderoso,
Padre, Hijo +, y Espíritu Santo,
descienda sobre vosotros y os acompañe siempre.
R. Amén.
Oración al Espíritu Santo
Antes de concluir la celebración se puede rezar la oración al Espíritu Santo que se utilizará durante el proceso sinodal.
Estamos ante ti, Espíritu Santo,
reunidos en tu nombre.
Tú, que eres nuestro verdadero consejero:
ven a nosotros,
apóyanos,
entra en nuestros corazones.
Ensénanos el camino,
muéstranos cómo alcanzar la meta.
Impide que perdamos el rumbo
como personas débiles y pecadoras.
No permitas que
la ignorancia nos lleve por falsos caminos.
Concédenos el don del discernimiento,
para que no dejemos que nuestras acciones se guíen
por prejuicios y falsas consideraciones.
Condúcenos a la unidad en ti,
para que no nos desviemos del camino
de la verdad y la justicia,
sino que en nuestro peregrinaje terrenal nos esforcemos
por alcanzar la vida eterna.
Esto te lo pedimos a ti,
que obras en todo tiempo y lugar,
en comunión con el Padre y el Hijo
por los siglos de los siglos. Amén.
Despedida
Luego el diácono, o el mismo sacerdote, con las manos juntas, despide al pueblo diciendo:
Anunciad el Evangelio del Señor.
Podéis ir en paz.
R. Demos gracias a Dios.
Después, el sacerdote besa con veneración el altar, como al comienzo, y, hecha la debida reverencia con los ministros, se retira a la sacristía.
Adsumus, Sancte
Spiritus
Oración de invocación al Espíritu Santo para una asamblea eclesial de gobierno o discernimiento (es decir, sinodal)
Esta oración se puede utilizar ampliamente en toda la fase diocesana del proceso sinodal. También se puede incorporar a la celebración litúrgica de apertura del Sínodo en las Iglesias locales el día 17 de octubre. Atribuida a san Isidoro de Sevilla (560-636), se ha utilizado tradicionalmente en concilios y sínodos durante cientos de años. La versión que sigue está diseñada específicamente para el camino sinodal de la Iglesia de 2021 a 2023.
ESTAMOS ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre.
Tú, que eres nuestro verdadero consejero:
ven a nosotros,
apóyanos,
entra en nuestros corazones.
Enséñanos el camino,
muéstranos cómo alcanzar la meta.
Impide que perdamos el rumbo
como personas débiles y pecadoras.
No permitas que
la ignorancia nos lleve por falsos caminos.
Concédenos el don del discernimiento,
para que no dejemos que nuestras acciones se guíen
por prejuicios y falsas consideraciones.
Condúcenos a la unidad en ti,
para que no nos desviemos del camino
de la verdad y la justicia,
sino que en nuestro peregrinaje terrenal nos esforcemos
por alcanzar la vida eterna.
Esto te lo pedimos a ti,
que obras en todo tiempo y lugar,
en comunión con el Padre y el Hijo
por los siglos de los siglos. Amén.