Itinerario 3: La formación de los laicos para ser Iglesia en salida
Gabino Uríbarri Bilbao, SJ. Universidad Pontificia Comillas (Madrid). Comisión Teológica Internacional (Roma)
1.Presupuesto: la fe es un tesoro que transmitir
Comencemos por la Escritura, con unas palabras de Nuestro Señor Jesucristo, que nos sitúen:
«El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel» (Mt 13,44).
La fe es un tesoro que genera alegría. Este es nuestro punto de partida. Hemos sido agraciados y estamos alegres. Se nos ha concedido gustar «la alegría del evangelio» (papa Francisco, Evangelii gaudium). La alegría es la palabra fetiche para la misión en el magisterio del papa Francisco[1].
La dinámica inherente a la alegría del tesoro de la fe es su transmisión. No solamente porque es un mandato expreso del Señor (ej. Mt 28,19-20), sino porque es lo que surge espontáneamente de un corazón bueno.
Desde el Concilio Vaticano II ha quedado nítidamente claro que la misión eclesial compete a todos los cristianos. El bautismo capacita e impulsa a todos a ser misioneros: «La vocación cristiana es, por su propia naturaleza, vocación también al apostolado» (AA 2; cf. además LG 10-12; 33-35; AA completo).
2. Requisito para ser iglesia en salida: Confianza en la propia Fe
Sin estar realmente convencidos de la bondad de la propia fe no la podremos transmitir. Mi impresión personal es que en este punto no siempre estamos bien en la media de la Iglesia española. En eso se apoyan los anuncios. Si una cadena de supermercados me soluciona mucho la vida, lo digo con toda claridad y lo argumento. Sin embargo, tendemos a relegar la fe al ámbito de la vida privada. La entendemos como un asunto muy personal, privado, íntimo, en el que no osamos inmiscuirnos, a no ser que se nos pregunte.
2.1.Tres interpelaciones
Vamos a confrontarnos con tres testimonios que nos interpelan para una conversión misionera:
- El teólogo protestante W. Pannenberg (1928-2014) dice así en el prefacio para la edición española de su obra Teología Sistemática:
«El cristianismo de los Padres se sabía en alianza con la verdadera razón frente a una cultura en decadencia. Esta era la situación de la Antigüedad tardía. Pero, ¿no es también la de nuestra época?»[2].
Con «los Padres» se refiere a los grandes teólogos de los primeros siglos del cristianismo. Los cristianos de los primeros siglos pensaban que la fe cristiana iba pareja con la razón. Es decir, pensaban que en la fe se daba la verdad. Una persona cabal se daría cuenta de ello. Si no, era posible argumentar racionalmente para convencerla.
Como resultado extraigo una primera conclusión: una fe que no se considere la mejor aliada de la verdad y la razón difícilmente atrae. Si es aliada de la verdad y de la razón no hay motivo alguno para no mostrarlo de un modo público.
- El teólogo católico E. Biser (1918-2014) afirma que el problema principal para el futuro de la fe es una «herejía emocional», que describe en estos términos.
«Y es que la fe no corre peligro con una interpretación equivocada del dogma ni con un comportamiento moral deficiente, sino que, ateniéndonos a la experiencia general, el peligro mayor deriva sobre todo del derrotismo religioso, que no otorga a esa fe energía alguna capaz de configurar la vida y el futuro, a la vez que lo desconcierta en forma de crisis de confianza. Cuando lo que debería encontrarse en la fe es un impulso inagotable al coraje, un motivo de seguridad y alegría y, en buena medida, también un estímulo a la autocomunicación dialógica y operativa es una paralización la que afecta a los corazones de los hombres, mientras que un triste velo gris parece caer sobre la realidad de toda su vida»[3].
El tono gris, no atrae ni impele a salir a anunciar. Una fe, en la que no se confía y que no se la cree interesante y capaz de plenificar la vida de todos, no atrae. Si acaso llega a ofrecerse a otros, se propone ya derrotada de antemano. Una vivencia desalentada, mortecina y resignada ni atrae ni impele a la misión.
- Veamos ahora lo que dice un estudioso de la antigüedad agnóstico, profesor de clásicos en Oxford. En su obra Paganos y cristianos en una época de angustia[4], E. R. Dodds (1893-1979) se pregunta ¿qué hizo atractivo al cristianismo en la antigüedad desde el punto de vista psicológico? ¿Qué ofrecía el cristianismo que no ofreciera la tradición clásica, en muchos puntos convergente con las posturas cristianas? He aquí sus dos afirmaciones principales:
«Lo que asombraba a todos los primeros observadores paganos —Luciano y Galeno, Celso y Marco Aurelio— era la confianza total que ponían los cristianos en unas afirmaciones no probadas, su disposición a dar la vida por algo que nadie podía demostrar»[5].
«El cristianismo, por otra parte, se presenta como una fe que merece la pena vivir porque es también una fe por la que merece la pena morir»[6].
Lo que más llama la atención de los paganos es la fe que los cristianos tienen en su propia fe, hasta el punto de ser capaces de morir por ella. Una fe vergonzante y acobardada no atrae. Una fe sin parresía no atrae. La parresía es la valentía, la franqueza y el ímpetu para proclamar algo públicamente, sin tapujos[7]. Junto con esto, también destaca el sentido comunitario[8].
2.2.Conclusión
Dicho de modo negativo, si los cristianos vivimos convencidos de que nuestra fe no es la verdad; la vivimos descorazonadamente, prediciendo su declive, en clave de derrota; y si no estamos dispuestos a darlo todo por lo que la fe promete, nuestro anuncio no será atractivo. Positivamente: la convicción alegre de que en la fe se nos ha dado la verdad para todos, que a todos interesa y hace bien genera energías y condiciones favorables para la transmisión de la fe. Aquí vale más lo que se percibe por ósmosis que las propias palabras; el perfume que se respira cuenta más que la verbalización[9].
3.Nuestro Contexto: trampas y posibilidades para ser iglesia en salida
Para situar nuestro tema parto de una clave y, a continuación, resalto dos aspectos de nuestro contexto, de gran relevancia para la transmisión de la fe[10].
3.1.La clave: «Emitir» o no «emitir», esa es la cuestión
Nuestra fe nos pide emitir. Y esto incluye el lenguaje verbal, por supuesto, pero también el corporal, los lugares donde se va, el ritmo de vida, el modo de gasto, de ser familia, mi comportamiento en el ámbito profesional, etc. En general, pienso que nos da miedo emitir, porque nos da miedo que no interesemos a nadie y quedemos en ridículo. O pensamos que nuestra apariencia, la fe, no es atractiva, no es para hoy, no tiene gancho, no es interesante, etc. Sin emitir es muy difícil evangelizar.
3.2.Sed de espiritualidad
Vivimos en una sociedad en la que se da una sed bastante extendida de bienestar, frente a la amenaza permanente de la frustración, de la depresión, de la ansiedad. El individuo en la sociedad líquida posmoderna (Z. Bauman) vive sobrecargado y sobre exigido (U. Beck). La proliferación de ansiolíticos y terapias de todo tipo (couching, mindfulness, wellness, fisioterapia, terapias psicológicas) no es sino un síntoma revelador. Queremos ser felices, sentirnos bien con nosotros mismos. Pero la vida con frecuencia nos lo pone cuesta arriba.
Si nosotros tenemos un tesoro que genera alegría, aquí se nos abren posibilidades de darlo a conocer, a no ser que a nosotros la fe cristiana no nos suponga ningún beneficio, ningún tipo de salvación. Pero si vivimos la fe cristiana desde la alegría de haber encontrado un tesoro, de haber sido tocados por la gracia, entonces podemos compartir lo que a nosotros nos ayuda, tanto personalmente como comunitariamente. En momentos de soledad, de crisis, de enfermedad, de dificultades; pero también para ser felizmente familia (Amoris laetitia), para vivir un día a día ordinario pleno (Gaudete et exsultate), para hacer un mundo sostenible para todos, empezando por los pobres (Laudato Si’).
3.3.¿Anunciar o respetar?
En España vivimos en una sociedad cada vez más pluralista, en todos los terrenos, especialmente en el ámbito de las cosmovisiones y la religión. La única manera de vivir en paz en una sociedad pluralista radica en el cultivo de la tolerancia. Sin embargo, no pocos han extraído de la tolerancia, que busca ser un modo civilizado de organizar la convivencia, como conclusión el relativismo, que tiene que ver con la verdad y los valores. Respetarnos mutuamente y ser tolerantes con quienes piensan distinto, no significa necesariamente que todas las posturas automáticamente sean equidistantes de la verdad y de lo bueno; o que el bien y la verdad no existan. Cuando se internaliza el pensamiento del relativismo, el anuncio, la misión cristiana, pierde todo sostén.
Hay tres aspectos que correlacionan absolutamente: la convicción de haber sido agraciados con la verdad: la verdad acerca de Dios, del hombre y del mundo; la convicción de que dicha verdad es universal, porque es la verdad auténtica y real; la necesidad de transmitir esta verdad a todos.
Simplificando: el relativismo socava las posibilidades de ser Iglesia en salida, Iglesia misionera. En ese caso, lo único posible sería compartir con otros amablemente, con el máximo gracejo posible, el bienestar emocional particular que a los cristianos nos proporciona la fe. Sin embargo, si hemos sido agraciados por medio de la revelación de Dios en Jesucristo con la verdad acerca de Dios, del hombre y del mundo[11], entonces la misión se impone como una exigencia inherente a la propia fe.
4.Tesis: Ser iglesia en salida requiere formación
La tesis que defiendo es muy sencilla: ser Iglesia en salida requiere formación. Ciertamente se necesita la experiencia personal de la misericordia del Señor, que genera alegría; se necesita la consolación, que impele a anunciar; se necesita la unción del Espíritu y sus dones, que dirigen el discernimiento y marcan el tono, las formas, las osadías y el modo de aprovechar las coyunturas propicias para el anuncio o crearlas. Sin embargo, además de la oración, del coraje, del compromiso eco-social, del testimonio personal de coherencia de vida, también necesitamos formación. Lo argumento en tres pasos.
4.1.«Yo soy una misión» (EG 273)
El primer paso consiste en una doble articulación. Primero, todos y cada uno de los cristianos somos una misión, somos misioneros en cuanto que cristianos bautizados. Claudicar de la misión es lo mismo que claudicar de la fe: cercenarla en un aspecto absolutamente sustancial. En este sentido dice el papa Francisco en Evangelii gaudium hablando a todos los cristianos: «Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo» (EG 273)[12].
Segundo, todos y cada uno hemos recibido la unción del Espíritu y, con la unción, unos dones particulares para el enriquecimiento y fortalecimiento de la Iglesia, y para aportar nuestro grano de arena en su misión. Dice así el texto preferido del Concilio Vaticano II del papa Francisco[13]:
«Además, el mismo Espíritu Santo no sólo santifica y dirige el Pueblo de Dios mediante los sacramentos y los misterios y le adorna con virtudes, sino que también distribuye gracias especiales entre los fieles de cualquier condición, distribuyendo a cada uno según quiere (1 Cor 12,11) sus dones, con los que les hace aptos y prontos para ejercer las diversas obras y deberes que sean útiles para la renovación y la mayor edificación de la Iglesia, según aquellas palabras: “A cada uno… se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad” (1 Cor 12,7)» (LG 12).
Todos los cristianos somos ungidos por el Espíritu Santo. El Espíritu nos ha dado a cada uno algo especial, único. Se impone la obligación de descubrir ese don y ponerlo a fructificar para ser Iglesia en salida. La Iglesia en salida es la Iglesia pletórica de cristianos ungidos por el Espíritu que descubren que son una misión y la ponen humilde y diligentemente en práctica.
Descubrir la misión que yo soy exige escucha, discernimiento, pero también formación para desplegar esa misión, en la catequesis, en la vida pública, en la familia, como dirigente de mi comunidad, con los jóvenes, en el campo sanitario, en la cooperación internacional, en la dirección espiritual, etc.
4.2.Necesidad de formación
Según el auto examen que refleja el Instrumentum laboris del Congreso, que recoge aportaciones enviadas por 2.485 grupos, en los que han participado 37.000 personas, los laicos reconocen que necesitan mejorar la formación. Dice así su texto más claro:
«Por último, pero no por ello menos importante, descubrimos debilidad en lo que hace referencia a la formación. Experimentamos en este contexto la necesidad de una formación más plena, más auténtica y propia de la vocación laical, en la que la Doctrina Social de la Iglesia ocupe un lugar central junto con la profundización en la Palabra de Dios»[14].
- Sin un cultivo personal de la fe, no hay una fe madura. Ahora bien, la fe madura parece un requisito, que potencia su transmisión. Ser Iglesia en salida no requiere una fe perfecta, — ¿quién la tiene? —, ni erudita, – eso es para los expertos —, pero sí madura, bien encajada en el conjunto de la propia vida. Una fe madura supone una formación ajustada con el propio estilo de vida, la profesión, el nivel cultural, el ámbito de relaciones, el campo privilegiado en que realizo mi vida como misión.
- Para ser Iglesia en salida necesitamos conocer nuestra fe y saber proponerla. Esto es de Perogrullo. San Ignacio, pensando en los jesuitas, una orden misionera, insiste en que, sobre el testimonio personal y la vida virtuosa, es necesario conocer la doctrina cristiana y ejercitarse en modo más adecuado de proponerla, de anunciarla[15].
- La inculturación de la fe y el discernimiento necesario, que ha de modelar el hecho de que «yo soy una misión», exige formación. El gran teólogo Hans Urs von Balthasar (1905-1988) no fue nunca profesor en la universidad. Sin embargo, es uno de los más grandes teólogos católicos el siglo XX. Si publicó una obra teológica amplia y espléndida, fue porque se sentía apóstol: llamado a anunciar a Jesucristo. Fue teólogo para ser apóstol[16]. A todos nosotros se nos pide formarnos, ser teólogos en ese sentido, para ser misioneros, para ser Iglesia en salida. En un mundo cada vez más complejo, en una sociedad que se define a sí misma como del conocimiento, los cristianos no podemos ser ignorantes de nuestra fe. Igual que en toda profesión uno se ha de mantener al día, ya sea en la informática, en la medicina, en la enseñanza, etc., así también en nuestro conocimiento de la fe.
El papa Francisco define la misión muy primordialmente como inculturación de la fe[17]: «Es imperiosa la necesidad de evangelizar las culturas para inculturar el Evangelio» (EG 69). Cada ámbito propio de la cultura exige una inculturación de la fe, un discernimiento del modo de realizar la misión y una formación para realizar tanto el discernimiento como la inculturación. Por eso, cada uno habría de preguntarse honestamente por sus necesidades de formación, por sus carencias más notables.
Ser Iglesia en salida requiere, pues, una fe madura, con conocimiento de la misma, que discierne cómo se incultura de acuerdo con su campo privilegiado de misión: familiar, profesional, político, sindical, social, económico, medios de comunicación, sanitario, enseñanza, jóvenes, ecología, cooperación internacional, etc.
4.3.Dimensiones de la formación
De lo dicho hasta ahora se deducen dos puntos primordiales. Primero, todos necesitamos formación para ser Iglesia en salida. Segundo, la formación ha de ser personalizada, según las circunstancias personales y el campo de misión[18]. A continuación, indico algunas pistas, para ayudar a un discernimiento que personalice el tipo de formación que yo necesito para ser Iglesia en salida[19].
- Silencio. Necesitamos silencio. Todos. Sin silencio no hay profundidad. No hay encuentro con uno mismo. No hay encuentro con Dios. En una sociedad de la prisa, de la aceleración, del estrés, de la angustia, del bombardeo continuo, el silencio es fundamental. ¿Tengo espacios regulares y suficientes de silencio?
- Oración. Sin oración, sin relación con Dios, la fe se vuelve mortecina, no se renueva, se refresca, sino que se apaga. La oración incluye el silencio, pero no es solo silencio. En la oración cristiana la frecuentación de la Palabra de Dios, de diferentes formas, lectio divina, liturgia de las horas, contemplación, meditación, habrá de ocupar un espacio significativo. Junto con la Palabra de Dios los sacramentos, celebraciones eclesiales de la fiesta de la fe.
- Lectura. Las lecturas amplían y enriquecen mi mundo. Me ponen en contacto con grandes creyentes, que me animan y sirven de estímulo. Me proporcionan conocimientos que me ayudan a creer mejor, más consciente, más profundamente. Me ayudan a entender mejor la Escritura, los diversos artículos del credo o de la doctrina cristiana, la postura de la Iglesia en temas morales. Sin lectura, un programa de formación está cojo. Hemos de leer los principales documentos del papa y del magisterio; acerca de los temas candentes de nuestro tiempo; acerca de nuestra fe. Me impresionó mucho la tesis de un teólogo pastoral alemán con mucha experiencia. Decía, «contra tibieza, lectura espiritual». Sin leer no vamos a evangelizar la cultura.
- Revisión de vida y contraste. La formación es una empresa personal, desde luego, pero también comunitaria. La mirada desde fuera me contrasta, interpela, completa y complementa lo que yo veo. Por eso, los procesos de revisión de vida, de contraste en dirección espiritual o del modo que sean ayudan no solo a descubrir engaños, carencias, deficiencias y perezas. También espolean y son acicate, enriquecen y amplían el horizonte.
- Discernimiento. La clave está en el discernimiento, que orienta mi vida como misión. No se trata de saber más por prurito, sin que eso sea de por sí negativo. La curiosidad intelectual, en general, y sobre nuestra fe, en particular, es un elemento positivo. Sino de qué formación necesito para ser apóstol, para anunciar a Jesucristo, para vivir mi fe de modo maduro, para transformar según el evangelio la realidad en la que vivo.
Hemos de estar atentos a generar una sana ecología de crecimiento en la fe y en su dimensión misionera, evitando los dos grandes peligros que nos acechan: un activismo desenfrenado, que amenaza con quemarnos y que solamente transmitamos angustia y estrés; un cristianismo de grupo cerrado y cálido, de «comunidades estufa», que no interacciona con el entorno y no transmite la fe.
- Permanente. Puede haber periodos más intensos de formación, al hacer un curso o prepararme para una misión concreta. Sin embargo, en nuestra sociedad del conocimiento la formación ha de ser permanente. También como cristianos que somos una misión hemos de vivir la formación como un proceso continuo de crecimiento en la fe: en la coherencia con la misma, en su puesta en práctica para la transformación de la realidad, en el conocimiento sapiencial de la misma.
- Eclesial. La formación me hará crecer en sentido de pertenencia, en comunión eclesial. Me pondrá en camino de ser más Iglesia. En este sentido se puede denominar sinodal. La palabra «sínodo» viene de syn: con; y odos: camino. Sínodo entonces significa caminar juntos, escucharnos unos a otros, apoyarnos unos a otros, avanzar juntos. Lo contrario del espíritu sinodal es el francotirador. La misión es individual y comunitaria simultáneamente. La formación nos ha de preparar para realizar tanto la dimensión personal como la comunitaria de la misión de ser Iglesia en salida.
- Profética. La formación ayudará a transformar, mediante signos proféticos, la realidad según el evangelio. No se trata de saber más, sino de ser más y mejores cristianos. Lo cual implica la transformación de la realidad. Esta no se dará sin la conjunción de vida y misión.
- Personal. Finalmente, la formación ha de ser personal, pues su sentido estriba en potenciar mi vida cristiana, mi vocación como cristiano, como bautizado, maduro, adulto, responsable, que anuncia a Jesucristo, como el Señor de su vida, como el tesoro que le colma de alegría.
[1] He aquí algunos documentos muy significativos: exhortación apostólica Evangelii gaudium (24 de noviembre de 2013); carta encíclica Laudato Si’ (24 de mayo de 2015); exhortación apostólica postsinodal Amoris laetitia (19 de marzo de 2016); constitución apostólica Veritatis gaudium (8 de diciembre de 2017); exhortación apostólica Gaudete et exsultate (19 de marzo de 2018). Más detalles en G. Uríbarri, Santidad misionera. Fuentes, marco y contenido de Gaudete et exsultate, Santander, Sal Terrae 2019.
[2] Teología sistemática I, U.P. Comillas, Madrid 1992, XXXI (original 1988).
[3] Prognóstico de la fe, Herder, Barcelona 1994, 16 (original 1991). Véase también L. González Carvajal, «El sujeto evangelizador en un mundo globalizado», en G. Uríbarri (ed.), Contexto y nueva evangelización, Desclée – U. P. Comillas, Bilbao – Madrid 2007, 101-122.
[4] Cristiandad, Madrid 1975 (original 1963).
[5] Dodds, 159.
[6] Dodds, 173.
[7] Cf. G. Uríbarri, El mensajero. Perfiles del evangelizador, Desclée – U. P. Comillas, Bilbao – Madrid 2006, 67-84.
[8] «Dentro de la comunidad se experimentaba el calor humano y se tenía la prueba de que alguien se interesa por nosotros, en este mundo y en el otro. No es, pues, extraño que los primeros y más llamativos progresos del cristianismo se realizaron en las grandes ciudades: Antioquía, Roma y Alejandría. Los cristianos eran “miembros unos de otros” en un sentido mucho más que puramente formulario. Pienso que ésta fue una causa importante, quizá la más importante de todas, de la difusión del cristianismo» (Dodds, 179).
[9] Cf. G. Uríbarri, «Gratos son al olfato tus perfumes» (Cant 1,3). Consideraciones apasionadas sobre «Juventud y Vida Religiosa»: Sal Terrae 82 (1994) 473-485.
[10] Para un análisis más amplio, véase la bibliografía manejada en G. Uríbarri, La mística de Jesús. Desafío y propuesta, Sal Terrae, Santander 2017, 35-83; Id., Teología de ojos abiertos. Doctrina, cultura y evangelización, Sal Terrae, Santander 2020, 55-69.
[11] Cf. G. Uríbarri, «Jesucristo, mediador y plenitud de toda la revelación», en A. del Agua Pérez (ed.), Revelación, Tradición y Escritura. A los cincuenta años de la «Dei Verbum», BAC, Madrid 2017, 80-118.
[12] En la misma línea, en Gaudete et exsultate, dedicado a la santidad misionera: «Tú también necesitas concebir la totalidad de tu vida como una misión. Inténtalo escuchando a Dios en la oración y reconociendo los signos que él te da. Pregúntale siempre al Espíritu qué espera Jesús de ti en cada momento de tu existencia y en cada opción que debas tomar, para discernir el lugar que eso ocupa en tu propia misión. Y permítele que forje en ti el misterio personal que refleje a Jesucristo en el mundo de hoy» (GE 23).
[13] Lo dice en la entrevista concedida a A. Spadaro. Manejo la edición: Papa Francisco, «Busquemos ser una Iglesia que encuentra caminos nuevos», Mensajero, Bilbao 2013, 14.
[14] Instrumento de trabajo para la preparación de Congreso de Laicos 2020 «Pueblo de Dios en Salida», § 27. Negrita y cursivas en el original . Sobre la necesidad de formación para ser Iglesia en salida dice el papa Francisco: «Todos estamos llamados a crecer como evangelizadores. Procuramos al mismo tiempo una mejor formación, una profundización de nuestro amor y un testimonio más claro del Evangelio. En ese sentido, todos tenemos que dejar que los demás nos evangelicen constantemente; pero eso no significa que debamos postergar la misión evangelizadora, sino que encontremos el modo de comunicar a Jesús que corresponda a la situación en que nos hallemos». (EG 121; subrayado mío).
[15] «Siendo el escopo [fin] que derechamente pretende la Compañía ayudar las ánimas suyas y de sus prójimos a conseguir el último fin para que fueron criadas, y para esto, ultra del ejemplo de vida, siendo necesaria doctrina y modo de proponerla, después que se viere en ellos el fundamento debido de la abnegación de sí mismos y aprovechamiento en las virtudes que se requiere, será de procurar el edificio de letras y el modo de usar de ellas, para ayudar a más conocer y servir a Dios nuestro Criador y Señor» (Ignacio de Loyola, Constituciones de la Compañía de Jesús, § 307).
[16] Cf. A. Cordovilla, Hans Urs von Balthasar: Ser teólogo para poder ser apóstol: Revista Internacional de Pensamiento y Cultura, Communio Nueva Época 1 (2006) 77-90.
[17] Cf. J. C. Scannone, La teología del pueblo. Raíces teológicas del papa Francisco, Sal Terrae, Santander 2017, 219-232; G. Uríbarri, Santidad misionera, 69-72.
[18] Cf. el amplio y exigente panorama que describe el Instrumento de trabajo para la preparación del Congreso de Laicos 2020, § 67.
[19] Otras pistas, en Instrumento de trabajo, § 86-88.