VOCACIÓN, COMUNIÓN Y MISIÓN
Comunicador de la ponencia: José Luis Restán
Vídeo:
Introducción: ¿por qué estamos aquí?
- a) El camino realizado
- b) Sinodalidad
- c) Discernimiento
- Breve recorrido histórico sobre el laicado desde el Concilio Vaticano II hasta hoy
1.1 La Exhortación apostólica Christifideles laici (1988)
1.2 El laicado en el magisterio y la preocupación pastoral de los obispos españoles
1.3 Un vistazo a la situación actual del laicado en nuestro país
- Aportaciones de las diócesis sobre el momento que vive el laicado en España
2.1 Luces de este momento
2.2 Dificultades y límites
2.3 Retos y desafíos para un laicado en salida misionera
- Vocación laical, comunión y misión
3.1 Vocación laical
3.2 Desde la comunión y para la comunión
3.3 La participación de los laicos en la misión de la Iglesia.
- Itinerarios de trabajo para este Congreso
4.1 Primer anuncio
4.2 Acompañamiento
4.3 Procesos formativos
4.4 Presencia pública
- Los desafíos de un cambio de época
- En salida. Un proceso que mira al futuro
Introducción: ¿por qué estamos aquí?
Bienvenidos todos a este momento de encuentro, de escucha recíproca, diálogo y discernimiento a la luz del Espíritu Santo, que es el Congreso de Laicos: “Pueblo de Dios en Salida”. No estamos aquí por casualidad ni por una ocurrencia gestada en un despacho, sino como fruto de un camino ya largo en el que todos los aquí presentes hemos participado activamente dentro de nuestras respectivas diócesis, movimientos y asociaciones. En realidad, se trata del camino de toda la Iglesia, dentro del cual el laicado ha ido tomando conciencia progresivamente de su vocación y misión.
- a) El camino realizado
Como sabéis, en el marco del Plan Pastoral de la Conferencia Episcopal Española para los años 2016-2020, la Asamblea Plenaria de nuestros obispos, reunida en abril de 2018, decidió la convocatoria de este Congreso de Laicos y encomendó su organización a la CEAS. Desde entonces se ha desarrollado un verdadero camino sinodal en el que se han implicado todas las diócesis y numerosas asociaciones y movimientos. Esta Ponencia inicial se sitúa en la estela de ese camino emprendido con mucha esperanza y con mucho esfuerzo por todos nosotros y por las realidades eclesiales a las que pertenecemos. Y este momento inicial es propicio para expresarnos mutuamente gratitud por este encuentro de verdadera comunión, de verdadera disposición para volver a acoger la llamada del Señor que nos invita a salir al mundo, “a remar mar adentro”, para ofrecer a nuestros contemporáneos el tesoro de Cristo que responde a sus deseos y necesidades más profundos.
Podríamos decir que más que “congresistas” somos “enviados”, con toda la densidad que esta palabra tiene en la gran Tradición cristiana. El Instrumento de Trabajo que ha guiado nuestros pasos es fruto de este camino compartido, de esa gran conversación que ya ha comenzado hace meses y que en este Congreso tendrá un momento central, que luego debe proyectarse en el futuro. Dicho documento recuerda el objetivo de nuestro Congreso de esta manera: “Impulsar la conversión pastoral y misionera del laicado en el Pueblo de Dios, como signo e instrumento del anuncio del Evangelio de la esperanza y de la alegría, para acompañar a los hombres y mujeres en sus anhelos y necesidades, en su camino hacia una vida más plena” (IL 2).
Para alcanzar ese objetivo, nuestro Congreso quiere ser “una experiencia del Espíritu” (IL 5), desarrollada en un proceso sinodal, espiritual y de discernimiento (IL 6), a través de la escucha humilde y el diálogo sincero entre todos (IL 9-10).
Aquí aparecen dos palabras clave para nuestro Congreso en las que conviene detenernos: sinodalidad y discernimiento.
- b) Sinodalidad
En su Carta al Pueblo de Dios que peregrina en Alemania, del 29 de junio de 2019, el Papa entra de lleno a explicar qué significa la “sinodalidad” como nota característica de la Iglesia: “en sustancia –escribe Francisco– se trata de caminar bajo la guía del Espíritu Santo, es decir, caminar juntos y con toda la Iglesia bajo su luz, guía e irrupción para aprender a escuchar y discernir el horizonte siempre nuevo que nos quiere regalar. Porque la sinodalidad supone y requiere la irrupción del Espíritu Santo”.
Francisco nos anima a caminar juntos con paciencia, unción y con la humilde y sana convicción de que nunca podremos responder contemporáneamente a todas las preguntas y problemas. La Iglesia es y será siempre peregrina en la historia, portadora de un tesoro en vasijas de barro. También advertía el Papa, y puede ser saludable recordarlo a la hora de comenzar este Congreso, que los interrogantes que nos planteemos, así como las respuestas que demos exigen “una larga fermentación de la vida y la colaboración de todo un pueblo por años”. Eso impulsa a poner en marcha procesos que nos construyan como Pueblo de Dios más que la búsqueda de resultados inmediatos que generen consecuencias rápidas y mediáticas pero efímeras por falta de maduración o porque no responden a la vocación a la que estamos llamados.
Es cierto que el Congreso que ahora comenzamos está especialmente centrado en la vocación y misión de los laicos, pero nos equivocaríamos si considerásemos esto aislado de su contexto eclesial, o sea, de las relaciones vivas entre laicos, sacerdotes, religiosos y religiosas, con nuestros obispos, que tejen la realidad del cuerpo eclesial. Cada uno con su perfil y carisma específico, que reclama y necesita los de los otros miembros del Pueblo de Dios. Así lo hemos vivido en el proceso previo, en el que, en un ejercicio de corresponsabilidad, hemos trabajado conjuntamente obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, y laicos.
- c) Discernimiento
Francisco dedica un capítulo de la Exhortación Apostólica Gaudete et Exsultate (166-175) a la cuestión del discernimiento, como también le dedica el último de la Exhortación Christus vivit. Y deja claro que no basta una buena capacidad de razonar o un sentido común, se trata de “un don que hay que pedir al Espíritu Santo… y al mismo tiempo nos esforzamos por desarrollarlo con la oración, la reflexión, la lectura y el buen consejo”.
Requiere partir de una disposición a escuchar: al Señor, a los demás, a la realidad misma que siempre nos desafía de maneras nuevas. Solo quien está dispuesto a escuchar tiene la libertad para renunciar a su propio punto de vista parcial o insuficiente, a sus costumbres y a sus esquemas. Esta escucha implica obediencia al Evangelio como último criterio, pero también al Magisterio que lo custodia, intentando encontrar en el tesoro de la Iglesia lo que sea más fecundo para el hoy de la salvación. No se trata de aplicar recetas o de repetir el pasado, ya que las mismas soluciones no son válidas en toda circunstancia y lo que era útil en un contexto puede no serlo en otro. Se trata de entrever el misterio del proyecto único e irrepetible que Dios tiene para cada uno de nosotros y para nuestra misión, como les recordaba el Papa a los jóvenes (ChV 280)
Una condición esencial es educarnos en la paciencia de Dios y en sus tiempos, que nunca son los nuestros. Por último, el Papa advierte que no hay espacios que queden excluidos de este discernimiento. En todos los aspectos de la existencia podemos seguir creciendo y entregarle algo más a Dios, aún en aquellos donde experimentamos las dificultades más fuertes. Sobre todo, tengamos en cuenta en nuestro trabajo de estos días que “el discernimiento no es un autoanálisis ensimismado, una introspección egoísta, sino una verdadera salida de nosotros mismos hacia el misterio de Dios, que nos ayuda a vivir la misión a la cual nos ha llamado para el bien de los hermanos”. Este ejercicio de discernimiento lo hemos desarrollado durante estos meses en nuestra reflexión sobre el documento-cuestionario preparatorio de este Congreso de Laicos y también en el trabajo del Instrumentum Laboris que hemos llevado a cabo. De hecho este Congreso no pretende ser un espacio de ponencias estelares, sino un ejercicio de discernimiento según el método que nos propone el Papa: reconocer, interpretar y elegir.
- Breve recorrido histórico sobre el laicado, desde el Concilio Vaticano II hasta hoy
Para saber dónde estamos conviene tener presente de dónde venimos. El camino que hemos recorrido como Iglesia para llegar hasta aquí, nos ayuda a situarnos en el contexto actual.
El Concilio Vaticano II ha significado, sin duda, un hito decisivo en el camino de recuperación de la conciencia de la vocación y misión del laicado. No se trataba de inventar nada sino de profundizar en el Evangelio y en la propia constitución de la Iglesia para que volviera a brillar la identidad laical y se reconociera su lugar sustancial en el corazón de la misión. La Constitución Lumen Gentium, en su número 3, afirma que “todo laico, por los mismos dones que le han sido conferidos, se convierte en testigo e instrumento vivo, a la vez, de la misión de la misma Iglesia «en la medida del don de Cristo» (Ef 4,7)”.
Y en el Decreto Ad Gentes se reconoce que “la Iglesia no está verdaderamente fundada, ni vive plenamente, ni es signo perfecto de Cristo entre las gentes, mientras no exista y trabaje con la Jerarquía un laicado propiamente dicho. Porque el Evangelio no puede penetrar profundamente en la mentalidad, en la vida y en el trabajo de un pueblo sin la presencia activa de los laicos. Por tanto, desde la fundación de la Iglesia hay que atender, sobre todo, a la constitución de un laicado cristiano maduro” (AG 21).
Las notas fundamentales del laicado que brotan de los documentos conciliares, especialmente de la Constitución Lumen gentium, número 31, son estas:
- El bautismo como eje central de la vocación laical
- La participación de los laicos en la triple función sacerdotal, profética y regia del Señor Jesús.
- El llamamiento a los laicos, con todo el pueblo de Dios, para que participen en la misión, en la Iglesia y en el mundo
- Con un acento peculiar propio: su carácter secular.
Estas notas, que convendrá tener muy presentes en nuestros grupos de reflexión de los Itinerarios, configuran una definición positiva del laicado, a diferencia de lo que sucedía hasta ese momento. Por el bautismo que hemos recibido, los laicos somos reconocidos miembros de pleno derecho de la Iglesia. Somos protagonistas de la misión salvífica de la Iglesia, no meros colaboradores de los pastores.
1.1 La Exhortación apostólica Christifideles laici (1988)
El Sínodo de los Obispos celebrado en 1987 sobre “La vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo, a los veinte años de la clausura del Concilio”, marca un nuevo momento de conciencia. La exhortación apostólica Christifideles Laici, de San Juan Pablo II, profundiza con una descripción positiva en la doctrina del Vaticano II al hablar de la plena pertenencia de los fieles laicos a Iglesia y a su misterio, y centrar el carácter peculiar de su vocación en “buscar el reino de Dios tratando las realidades temporales y ordenándolas según Dios” (cf. ChL 9).
En eso consiste la “índole secular” del laicado, subrayada en ChL 15: “el ser y el actuar en el mundo son para los fieles laicos no sólo una realidad antropológica y sociológica, sino también, y específicamente, una realidad teológica y eclesial”.
Otra perspectiva importante de la Exhortación es la de que “ha llegado la hora de la nueva evangelización” (cf. ChL 34). En aquel Sínodo se abordaron también asuntos que siguen siendo de actualidad, como la participación de los laicos en los ministerios eclesiales, la realidad de los nuevos movimientos eclesiales, y el lugar de la mujer en la Iglesia.
1.2 El laicado en el magisterio y la preocupación pastoral de los obispos españoles
Ya en 1972 la Asamblea de la CEE publica el documento “Orientaciones Pastorales del Episcopado Español sobre Apostolado Seglar”, una primera declinación para la Iglesia que caminaba en España, del gran impulso conciliar.
En 1985 se publica la Instrucción “Testigos del Dios vivo”, que planteaba cómo llevar a cabo la misión en el nuevo contexto cultural que estaba surgiendo en España, donde la Iglesia iba perdiendo progresivamente influencia social y cultural y se hacía evidente el fenómeno de la secularización. La última parte del texto señala la necesidad de una presencia activa de los católicos en el tejido de nuestra sociedad, algo que desarrollará un año después, en 1986, la Instrucción pastoral “Los católicos en la vida pública”, que propugna un sano equilibrio entre la participación de los laicos en tareas intra-eclesiales y su compromiso en la vida pública. Habla también de una doble presencia de los seglares en la vida pública: individual y asociada. Y se recuerda a los laicos, además, que es muy importante que ejerzan su profesión animados por los criterios morales del Evangelio y la imitación de Jesucristo.
Para concluir este recorrido sintético nos centramos en el documento base para el laicado en España hasta el día de hoy, “Los cristianos laicos, Iglesia en el mundo” de 1991. Partiendo del binomio “comunión-misión”, subraya la centralidad de la comunión eclesial expresada como corresponsabilidad de los laicos en la vida y la misión de la Iglesia y reclama la presencia de los laicos en la vida pública (ya por entonces una necesidad urgente y una debilidad/carencia de nuestra Iglesia). Además, apuesta de manera destacada por la formación y por el apostolado asociado.
Tras esta breve mención al Magisterio de la Iglesia podríamos plantearnos esta pregunta: si los fundamentos están claros, ¿qué hace falta para que den forma de manera plena y efectiva a nuestra vida y misión en este momento?
1.3 Un vistazo a la situación actual del laicado en nuestro país
No pretendemos aquí ofrecer estadísticas, que por otra parte son difíciles de precisar en este campo, ni tampoco hacer una valoración pormenorizada. Es un hecho que, con todos sus límites y carencias, y seguramente con una disminución numérica que afecta a todas las realidades del cuerpo eclesial, existe hoy un laicado vivo y comprometido en tareas esenciales: Catequesis, Clase de religión, Cáritas, Liturgia, Consejos de economía, Formación para el matrimonio, y el amplio mundo de las Hermandades y Cofradías. Muchos son testigos del Evangelio en sus ambientes de trabajo, aunque hay que reconocer un déficit de presencia pública en terrenos como el trabajo, la cultura o la política. Se trata de una realidad viva con un gran potencial evangelizador, pero hemos de ver cómo acompañar, discernir y estimular para que ese potencial se haga realidad.
Según los datos que maneja la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar, tenemos 89 Movimientos y Asociaciones, de ámbito nacional, aprobados por la Conferencia Episcopal Española y que suman un total de 400.000 laicos activos-militantes. Muchos de ellos viven su fe, se forman y acompañan en las vicisitudes de la vida, en alguna de las miles de Parroquias que configuran un formidable tejido comunitario que asegura la presencia estable de la Iglesia en nuestro territorio, desde los pueblos de la “España vaciada” hasta los barrios de nuestras grandes ciudades. Sin ocultar debilidades, que después apuntaremos, las parroquias son de hecho un verdadero hospital de campaña para las heridas de nuestro tiempo, lugares de testimonio cristiano, de acogida y vertebración comunitaria, de formación y de ejercicio de la caridad, y además tienen un potencial misionero que está por desarrollar en el contexto de nuestra sociedad crecientemente individualista y secularizada.
Es importante subrayar el momento de renovada vitalidad de la Acción Católica General (refundada en el año 2009), caracterizada por su vinculación peculiar con el Obispo diocesano, presente en la gran mayoría de las diócesis españolas. En cuanto a los Movimientos Especializados de Acción Católica, han llevado a cabo un proceso de reflexión y discernimiento que ha servido para relanzar su proyecto evangelizador. La Acción Católica está viviendo un impulso, no sólo en cuanto a sus estructuras, sino también en lo que se refiere al entusiasmo de sus miembros y a la respuesta al desafío de una presencia pública incidente del laicado.
También podemos identificar como uno de los frutos de la renovación del Concilio la floración de numerosos Movimientos y Asociaciones de Fieles, con variadas formas de vida comunitaria, de testimonio y de acción caritativa, cultural y misionera. Entre ellos hay una gran variedad de acentos educativos y también formas muy diferentes de presencia pública, por tanto no se trata de una realidad monolítica que se pueda describir con generalizaciones. Todos los Papas desde el Concilio han reconocido y saludado la riqueza que suponen estos carismas para la totalidad de la vida eclesial y han invitado a los pastores a acogerla, acompañarla e integrarla como parte de sus diócesis. Naturalmente, toda esta vida, que no surge de ninguna planificación sino de la fantasía del Espíritu, puede crear incomodidades, malentendidos y desajustes. Todo ello requiere por parte de los miembros de las asociaciones y movimientos disponibilidad para acoger la orientación de los pastores y para poner sus dones al servicio de la única misión de la Iglesia; y por parte de los obispos y de las estructuras diocesanas un esfuerzo de paternidad y acogida, a veces de lo imprevisto o de lo que no se comprende inmediatamente.
Una experiencia novedosa es la llamada Misión Compartida, que reúne a los laicos que colaboran estrechamente con las Congregaciones Religiosas y comparten su carisma, su espíritu y su misión. Por último señalamos como un signo de todo este camino que las diócesis cuentan en su organigrama pastoral con Delegaciones Diocesanas de Apostolado Seglar y Foros de Laicos, espacios que constituyen un auténtico motor de la pastoral diocesana que también deseamos impulsar a través de este proceso que hemos iniciado.
- Aportaciones recogidas en el Instrumentum Laboris sobre el momento que vive el laicado en España
Conviene recordar en este momento algunos retos y desafíos que hemos contemplado en el proceso de preparación del Congreso, ya que, en cierto modo, constituyen el marco del que parte nuestra reflexión.
2.1 Las luces de este momento
Ha crecido la conciencia de nuestra identidad eclesial y de la vocación y misión a la que estamos llamados los fieles laicos. A eso está contribuyendo la llamada del Papa Francisco para que seamos auténtica Iglesia en salida y el hecho de que estamos asumiendo sin complejos nuestra condición de minoría que vive en un contexto social de increencia.
Esta circunstancia ayuda a que nuestra búsqueda personal del encuentro con Cristo sea más sincera y auténtica y a reconocer la importancia de la comunidad como espacio para vivir la fe. En este sentido se valora muy positivamente el apostolado asociado y la riqueza de carismas que han surgido en nuestra Iglesia.
Se valora muy positivamente que, como Iglesia, reconozcamos los pecados de algunos de sus miembros en lugar de ocultarlos y nos comprometamos a sanar las heridas por ellos provocadas. También se indica como fenómeno muy positivo la mayor corresponsabilidad entre sacerdotes y laicos. Esto se relaciona también con un estilo más sinodal que va creciendo.
También aumenta la conciencia de que el servicio a los más pobres y vulnerables es una dimensión esencial de la misión y de que nuestras comunidades deben salir al encuentro y acoger a las personas migrantes, personas separadas y divorciadas, personas que sienten atracción por el mismo sexo, enfermos, personas que viven en soledad. Se menciona con gratitud y reconocimiento a instituciones como Caritas y Manos Unidas, que aumentan la credibilidad de nuestra fe frente a quienes se muestran indiferentes ante ella. Se advierte la necesidad de una formación más plena, auténtica y propia de la vocación laical, en la que la Doctrina Social de la Iglesia ocupa un lugar central.
Es importante el reconocimiento general de que nos encontramos en un contexto cultural muy plural y el hecho de que muchas franjas sociales están profundamente alejadas de la fe. Ante esta circunstancia está ampliamente asimilado entre los laicos que la fe se propone, no se impone. La verdad que hemos encontrado sólo puede ser reconocida y acogida a través de la libertad de las personas, una libertad de la que somos amantes y custodios. El Congreso también debe servir para buscar las formas más adecuadas de evangelización teniendo en cuenta este contexto.
Desde las diócesis se destaca que estamos incorporando entre nuestras prioridades como Iglesia algunos de los grandes retos sociales del momento: entre ellos se citan la necesidad de cuidar nuestro Planeta como casa común y obra de Dios y el lugar de la mujer en la Iglesia. En relación con esta cuestión, aunque se piensa que falta mucho camino por recorrer, se considera muy positivo el mayor protagonismo que están adquiriendo las mujeres en coherencia con su dignidad de bautizadas. Finalmente, se valora la presencia activa de los jóvenes en la Iglesia como un motivo de alegría y de esperanza.
2.2 Dificultades y límites
Con todo, se estima que aún se habla poco de la vocación laical en nuestra Iglesia, en la que todavía tiene un peso relevante el “clericalismo”. Se detecta una visión de la relación sacerdote-laico basada en la oposición y en el paternalismo que dificulta el crecimiento de los fieles laicos y afecta negativamente a nuestro papel en la Iglesia y en el mundo. Se insiste en la necesidad de cuidar mejor todas las vocaciones y profundizar en su interrelación.
Se apunta el efecto de la secularización y del relativismo, que también provocan confusión en relación con las verdades de nuestra fe, y una ruptura entre fe y vida que conduce a la erosión de nuestra identidad.
Preocupa la pérdida de la centralidad de la Eucaristía y la falta de vivencia adecuada de los sacramentos. Falta una educación en la Liturgia y eso se refleja en la superficialidad en las expresiones celebrativas de nuestra fe.
Nuestras comunidades son en ocasiones cerradas y poco acogedoras. No se presta la debida atención a la incorporación plena de los jóvenes y se observa escasa coordinación entre Parroquias de un mismo territorio y falta de integración de los Movimientos y Asociaciones en la realidad parroquial.
Las familias cristianas viven con frecuencia solas y eso se refleja en su dificultad para ejercer su misión esencial de transmitir la fe. La formación en la fe no constituye una prioridad para buena parte de nuestros laicos, y menos aún la formación en Doctrina Social de la Iglesia. Se añade que faltan líderes cristianos de referencia y una mejor comprensión de las implicaciones socio-políticas de la fe.
Los cambios vertiginosos y la profunda y acelerada descristianización plantean dificultades concretas: hay una resistencia al cambio derivada de nuestra instalación en viejos esquemas, y por otra parte existe miedo a los nuevos retos. Se detecta falta de oración y de discernimiento acerca de lo que Dios nos pide a cada uno de nosotros y a nuestras comunidades en este momento de la Historia.
2.3 Retos y desafíos para un laicado en salida misionera
A la luz de toda esta realidad reconocida y valorada, el Instrumento de Trabajo, que recoge un amplio y profundo diálogo llevado a cabo en las diócesis, plantea con realismo la necesidad de responder a la pregunta sobre qué caminos recorrer en los próximos años para que alumbre un laicado sólido en la fe y dispuesto a la misión. ¿Qué actitudes convertir? ¿Qué procesos activar? ¿Qué proyectos proponer? Estas preguntas deberán ser respondidas durante el Congreso, en el contexto de los cuatro itinerarios que se han planteado.
Como punto de partida aquí recogemos algunas pistas esbozadas en ese mismo documento.
En primer lugar la centralidad de la conversión personal. La oración personal y comunitaria ante el Señor, la celebración de los sacramentos, especialmente la Eucaristía, y el ejercicio de la caridad constituyen una premisa indispensable para vivir una espiritualidad laical que abarque todos los ámbitos de nuestra existencia.
Una preocupación ampliamente compartida durante la preparación del Congreso es fortalecer el sentido de comunidad, de pertenencia, de identidad eclesial. El seguimiento de Jesús sólo es realizable plenamente desde la comunidad, con todos sus elementos esenciales.
Otro punto de atención se refiere a lo que algunos habéis denominado una santidad misionera, reflejando una insistencia del papa Francisco. La santidad y la misión son dos raíles por donde transita la vida cristiana: de hecho, sin santidad no hay evangelización.
Otra insistencia compartida ha sido la de que los fieles laicos estamos llamados a vivir la corresponsabilidad real dentro de la Iglesia. Es importante despertar esta conciencia, tanto en los laicos como en los sacerdotes, y también entender adecuadamente el significado y alcance de la corresponsabilidad expresada a través de la participación en las diversas estructuras eclesiales, donde la aportación de los laicos puede ser decisiva por su especial competencia. Se observa que el clericalismo también tiene sus manifestaciones en este sentido, y deben ser paulatinamente corregidas.
Se apunta también la posibilidad de discernir nuevas formas de participación: ministerios laicales, estructuras orientadas a la presencia social, órganos de fomento de la presencia transformadora de la realidad en la vida pública acompañados desde el seno de la comunidad. En cualquier caso, se subraya que los espacios de participación deben ser lugar de encuentro y comunión, ya que en ellos también nos jugamos nuestro sentido de pertenencia a la Iglesia.
Vivir plenamente nuestra vocación laical exige estar en el mundo siendo sal y luz. El mundo de la cultura, la política, el trabajo, la economía, pero también el ambiente “ordinario” de la ciudad común en la que vivimos –comunidades de vecinos, AMPAS, asociaciones civiles– requiere una presencia cristiana incidente, que reconozca la autonomía de lo temporal y el pluralismo social pero que no renuncie a testimoniar las implicaciones sociales del Evangelio: el valor de la vida, la dignidad de la persona, la justicia social, la libertad en todas sus dimensiones, el cuidado de la Creación…
Un punto de especial atención se refiere a la familia: la Iglesia es un bien para la familia y la familia es un bien para la Iglesia. La vocación laical tiene en la familia un lugar privilegiado de presencia en el mundo, y por otra parte la familia, como Iglesia doméstica, es uno de los rostros eclesiales más fecundos en nuestro tiempo. La Iglesia samaritana busca acompañar a las familias, también a las que viven en dificultades o han fracasado. En definitiva, el Evangelio de la familia, a la luz del magisterio de las Iglesia recogido en la exhortación postsinodal Amoris Laetitia, es un importante compromiso eclesial.
En numerosas respuestas se habla de ofrecer una renovada formación. La potenciación del apostolado asociado es una vía eficaz para impulsarla. Una Iglesia sinodal requiere procesos de formación comunitarios y orientados a la misión.
- Vocación laical, comunión y misión
Durante una de sus recientes catequesis dedicadas a comentar los Hechos de los Apóstoles, el Papa Francisco quiso subrayar que “de entre los numerosos colaboradores de San Pablo, Áquila y Priscila sobresalen como modelos de una vida conyugal comprometida al servicio de toda la comunidad cristiana y nos recuerdan que, gracias a la fe y al compromiso en la evangelización de muchos laicos como ellos, el cristianismo echó raíces y ha llegado hasta nosotros”.
No es casualidad que Francisco se extendiera ese mismo día sobre el tejido que componen las familias cristianas en medio de la ciudad que hoy llamaríamos “secular”. Así, recordó que aquel matrimonio (Aquila y Priscila) abrió también su casa a la comunidad convirtiéndola en una “domus ecclesiae”, un lugar de escucha de la Palabra de Dios y de la celebración de la Eucaristía. Y, dando un salto en la historia, el Papa añadió que también hoy existen estas casas, estas familias que se convierten en un templo para la Eucaristía. Es verdad que se refería de manera explícita a los lugares donde tiene lugar la persecución, pero bien podríamos extender la perspectiva y decir (sin forzar demasiado la intención del Papa) que, en nuestras sociedades secularizadas, esas casas de familias cristianas componen un tejido de comunión eclesial, de testimonio de fe, de caridad y de acogida; en definitiva, de presencia cotidiana de la fe en medio de la ciudad.
Sin la vida cotidiana de los laicos cristianos en los diversos ambientes, investida por la gracia del Bautismo, alimentada por la Eucaristía y acompañada por la gran comunión eclesial, no habría posibilidad de llevar el anuncio de Cristo y la vida nueva que suscita a los hombres y mujeres de cada época, especialmente los de la nuestra. Por eso estamos hoy aquí. Me parece que uno de los principales reclamos esta tarde debe ser a tomar conciencia de nuestra vocación, comunión y misión.
3.1 Vocación laical
Hemos de estar dispuestos a renovar, como pide Francisco en la carta Evangelii gaudium, “nuestro encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarnos encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso” (EG 3). No repetiremos suficientemente (sobre todo no la comprendemos nunca suficientemente a fondo) la frase de Benedicto XVI que más veces ha retomado Francisco en su pontificado: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”. Urge pues que la Iglesia entera, y cada uno de nosotros dentro de ella, volvamos al ardor y a la seducción del Primer Amor, ese que hizo cambiar el rumbo de nuestras vidas.
Esta vocación de la que hablamos implica intrínsecamente una pertenencia. “Sin el pueblo de Dios, no se puede entender a Jesús”, escribe también Francisco en EG. Es absurdo “amar a Cristo sin la Iglesia, sentir a Cristo pero no a la Iglesia, seguir a Cristo al margen de la Iglesia… cada vez que Cristo llama a una persona, la trae a la Iglesia”.
Sin la conversión personal, cualquier cambio en la organización de las tareas eclesiales sería un puro maquillaje sin incidencia real en la vida de las personas, de las comunidades, ni en la evangelización de la sociedad. El Papa Francisco advierte en su exhortación Evangelii Gaudium una pérdida del fervor y del compromiso apostólico de una mayoría de católicos. Un síntoma de esto es la pérdida de centralidad de la Eucaristía, fuente y expresión culminante de toda vida auténticamente cristiana. Pero lamentar las estadísticas decrecientes sería un enfoque superficial de la cuestión. Resulta totalmente pertinente, en el contexto de este Congreso, recordar la invitación del Papa a hacer examen de las actitudes que hoy nos impiden afrontar con mayor audacia y generosidad la misión: individualismo, mundanidad espiritual, religiosidad superficial; tendencia al activismo o, en sentido opuesto, a la evasión espiritualista.
3.2 Desde la comunión y para la comunión
A partir del Concilio ha ido creciendo la conciencia acerca de la dimensión comunitaria de la fe, de su “forma eclesial”. La comunión es el pilar que sustenta el sujeto de la evangelización, ya que es la Iglesia entera quien es enviada por el Señor. Además, la comunión no se encuentra solo en el inicio, como condición de posibilidad, sino en el fin mismo de la misión, pues este no es otro que la comunión con Cristo y con los hermanos, cuya perfección esperamos al final de nuestra peregrinación terrena. La “comunión de los santos” es, en definitiva, expresada y alimentada en la Eucaristía, sacramento de la unidad.
En EG el papa ha señalado que el Espíritu Santo enriquece a toda la Iglesia evangelizadora con distintos carismas. Son dones para renovar y edificar la Iglesia. Y ha recordado que un signo claro de la autenticidad de un carisma es su capacidad para integrarse armónicamente en la vida del santo Pueblo fiel de Dios para el bien de todos. Recuerda que en la medida en que un carisma dirija mejor su mirada al corazón del Evangelio, más eclesial será su ejercicio. En la comunión, aunque duela, es donde un carisma se vuelve auténtica y misteriosamente fecundo (EG 130).
Por otra parte, como se ha puesto de manifiesto durante el proceso preparatorio del Congreso, es necesario reconocer la debilidad de la dimensión comunitaria. La vida cristiana no puede entenderse sin su enraizamiento comunitario, pero la realidad es que muchos cristianos sinceros y comprometidos están viviendo su fe como “nómadas sin raíces” (EG 29). Por eso es importante aportar las energías necesarias para la construcción de la comunidad cristiana.
Un aspecto de este reto es superar la enfermedad eclesial del clericalismo. Sigue extendida la falsa idea de que los laicos son cristianos de segunda, confundiendo la promoción del laicado con su implicación en tareas intraeclesiales y de organización de la pastoral. Esta tendencia puede empañar algunas reivindicaciones, en sí mismas legítimas, de mayor integración en la pastoral ordinaria y hace muy difícil la conjunción armónica de todos los esfuerzos.
Es necesario transformar las comunidades cristianas en un sentido más decididamente misionero, que deje atrás el modelo de pastoral de mantenimiento basado en la prestación de “servicios religiosos”. Una comunidad anquilosada y cerrada no puede afrontar el testimonio y la propuesta atrayente de la fe en este cambio de época.
3.3 La participación de los laicos en la misión de la Iglesia.
¿De dónde nace, en qué consiste la misión? Francisco dice claramente que la fuente del impulso misionero es una persona que vive de la memoria agradecida de Cristo y que quiere compartir con todos la alegría que procede del Evangelio. Sería absurdo que intentásemos conservar sólo para nosotros esa alegría, como si fuese propiedad nuestra o la hubiésemos conquistado con nuestro esfuerzo. O que intentásemos preservarla de las inclemencias de la historia, de las circunstancias que habremos de atravesar: al revés, es una alegría que necesita medirse con los hechos, verificar su solidez en la cruda realidad de la vida, porque no depende de circunstancias favorables sino del encuentro con el Señor presente que responde a la exigencia y el deseo de nuestro corazón. De lo contrario incurriríamos en la tentación siempre denunciada por Francisco de la “auto-referencialidad”. Pero si hemos encontrado el amor de Cristo que nos devuelve el sentido de nuestra vida, ¿cómo podríamos contener el deseo de comunicarlo a otros? (EG 8)
También en este aspecto nuclear se detectan debilidades, que a su vez son manifestación de las ya señaladas en los apartados anteriores. La vocación laical no es verdaderamente conocida por una buena parte de los fieles. Esto denota una deficiente formación y un desconocimiento, en especial, de las implicaciones sociales, culturales y políticas de la fe. En medio de la situación de intemperie cultural, en vez de testigos, la sociedad encuentra a menudo cristianos acomplejados. La segunda debilidad se refiere a nuestra mirada sobre los hombres y mujeres de esta época. Se olvida a menudo que quienes viven sumidos en la indiferencia religiosa no son gente extraña o enemiga. En cada persona late la búsqueda del bien y de la verdad que solo Dios puede colmar, y es a esa búsqueda a la que debe responder nuestro anuncio lleno de simpatía. La misión no consiste en la oferta de actividades, en un afán proselitista, falto de la auténtica atracción propia de la belleza de la fe. En definitiva, todo esto se resume en una incidencia muy débil del Evangelio en la vida cultural, social y política de nuestro país.
En este Congreso queremos también acoger el sueño que ha expresado tantas veces Francisco de “una opción misionera capaz de transformarlo todo, de modo que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda la estructura eclesial se conviertan en el cauce adecuado para la evangelización del mundo actual”. (EG 27) Ahora corresponde al trabajo de todos nosotros, a través de los itinerarios propuestos, discernir cuáles son esas transformaciones necesarias para que nuestra Iglesia responda al desafío misionero de esta hora.
- Itinerarios de trabajo para el Congreso
La elección de cuatro grandes temas o itinerarios para este Congreso nace también de esta mirada compartida en el proceso sinodal que nos ha traído hasta aquí. Por eso en esta Ponencia inicial conviene decir una palabra sobre ellos, ya que no sólo van a estructurar el trabajo de la jornada de mañana sino que expresan las líneas prioritarias en las que deberíamos seguir profundizando en nuestras comunidades a lo largo del proceso que este Congreso pretende impulsar y dinamizar.
4.1 Primer anuncio
La evangelización es la razón de ser de la Iglesia No puede haber auténtica evangelización sin la proclamación explícita de que Jesús es el Señor. Con este Itinerario dedicado al PRIMER ANUNCIO buscamos subrayar que la propuesta cristiana (en su contenido esencial y en sus consecuencias e implicaciones) sigue siendo hoy imprescindible para la liberación de las personas y para la humanización de la sociedad. En realidad el Primer Anuncio siempre está en la raíz de la misión de la Iglesia, pero esto es aún más evidente en nuestro contexto de secularización y pluralismo, caracterizado por el desconocimiento y la indiferencia hacia la persona de Jesús. Esta circunstancia histórica plantea la necesidad de hacernos presentes, personal y comunitariamente en los espacios públicos, acompañando a las personas en sus anhelos y necesidades y anunciándoles el contenido esencial de ese Anuncio (Kerigma) con el lenguaje más adecuado a su circunstancia y condición.
4.2 Acompañamiento
El acompañamiento es expresión del ser comunitario de la Iglesia. Sabemos que la cultura del individualismo también nos toca a los cristianos, que somos hijos de esta época. Por eso es más necesario redescubrir esta dimensión que no es opcional. Todos hemos de ser acompañados en el camino de la fe y todos somos llamados a acompañar a nuestros hermanos. A través de la compañía de los hermanos Cristo se nos revela, nos llama, nos interpela, nos corrige y nos consuela. Con el itinerario dedicado al ACOMPAÑAMIENTO deseamos insistir en que no es posible un verdadero crecimiento en la fe sin la compañía de muchos testigos, en un proceso en el que se conjugue la fidelidad a la Verdad y la claridad doctrinal con la realidad que viven las personas, con una actitud pastoral de misericordia y acogida. El acompañamiento requiere comunidades de acogida, cercanas y con un trato personal que nos ayuden a integrar las diferentes dimensiones de nuestra vida en el seguimiento de Jesús. El acompañamiento ha de ser visto, ante todo, como una vocación personal que debe ser desarrollada allí donde estemos.
4.3 Procesos formativos
La formación es un elemento imprescindible para la vivencia de la fe y es también un cimiento necesario para el testimonio y el compromiso público. Al mismo tiempo, constituye una de las urgencias de la Iglesia sinodal y misionera. Hablamos de una formación permanente (abarca todas las edades y todos los estados) e integral, orientada a cuidar la vocación y capacitar para la misión. Con el itinerario FORMACIÓN buscamos animar procesos adecuados que tengan en cuenta la fundamentación de nuestra fe, sus implicaciones sociales y la situación cultural del mundo en el que somos llamados a desarrollar la misión, de modo que estemos en las mejores condiciones para dar razones de nuestra esperanza a los hombres y mujeres de esta época.
4.4 Presencia en la vida pública
Todo bautizado, cualquiera que sea su vocación, vive la misión desde la eclesialidad y la secularidad. El fiel cristiano laico concreta de manera propia estas dos dimensiones. En este sentido, la presencia en la vida pública adquiere gran importancia en la vivencia de la vocación laical. Con el itinerario PRESENCIA EN LA VIDA PÚBLICA deseamos recuperar la conciencia de la dimensión social de nuestra fe y promover que nuestras comunidades sean auténtica Iglesia en salida, que existe para evangelizar, y de esta manera contribuye a la liberación de todas las esclavitudes y a promover la dignidad de toda persona. La “cultura del encuentro” y el testimonio ofrecido con humildad y libertad constituyen la clave de esta presencia que tiene que encontrar nuevas formas en este cambio de época.
Aunque cada uno de estos cuatro grandes temas tiene su propia fisonomía y exigencias concretas, que serán abordadas en los respectivos grupos de trabajo, conviene no perder de vista su interdependencia. No se trata de compartimentos estancos sino de dimensiones que se reclaman y alumbran unas a otras.
- Los desafíos de un cambio época
Como tantas veces ha dicho el Papa Francisco, “no estamos en una época de cambios, sino en un cambio de época”. Sin entrar en profundidades que no corresponden a este Congreso, podemos reconocer que ha llegado a su culminación un proceso cultural de fondo que arranca en la revolución del 68 cuestionando la gran herencia de la tradición cristiana, pero también de la tradición ilustrada.
La evidencia sobre algunos grandes valores compartidos, conseguida a lo largo de siglos de presencia y educación cristiana, se ha disuelto para un amplísimo sector de nuestros conciudadanos. Y no por una especial cerrazón ni maldad; tampoco exclusivamente por culpa de una ingeniería social llevada a cabo desde el poder, que desde luego existe. Esos grandes valores (desde el matrimonio a la acogida de los inmigrantes) fueron desvelados, sostenidos y profundizados gracias a la fe en Jesucristo que el pueblo sencillo vivía. Sólo de ahí pudo nacer, con mucho tira y afloja, una cultura cristiana. En la medida en que esa fe ha decaído y Cristo ya no es alguien real para muchos, es inevitable que dicha cultura se debilite e incluso, en algunos casos, pueda llegar a extinguirse.
Esta conciencia es decisiva a la hora de acercarnos a nuestros vecinos y compañeros, a la gente con la que nos encontramos en calles y plazas, sin prepotencia y sin avasallar. Nuestra fortuna es haber acogido la gracia de la fe pero, como hombres y mujeres de esta época, compartimos las incertidumbres y debilidades derivadas de un proceso cultural complejo, en el que la escasez de un testimonio cristiano relevante también ha sido un factor del que no podemos prescindir.
En una entrevista al Corriere della Sera, el psicoanalista Umberto Galimberti reconocía que la angustia más frecuente hoy es la producida por el nihilismo. Y explicaba que cuando empezó a trabajar, en 1979, la mayoría de los problemas “tenían un trasfondo emocional, sentimental y sexual, mientras que ahora tienen que ver con el vacío de sentido”. Por eso el deseo de sentido, la sed de felicidad, no sólo no se ha extinguido, en cierto modo se han exacerbado tras el fracaso de las ideologías y del materialismo rampante. Leyendo las columnas de muchos periódicos (no precisamente de inspiración católica) podemos confirmar hasta qué punto es cierta la afirmación de san Agustín: que estamos inquietos hasta que encontramos a Dios.
Recientemente el Secretario de la CEE, Luis Argüello, decía que “la verdad sigue siendo un latido posible del corazón humano”, y que escuchar ese latido es una tarea primordial e inexcusable para la Iglesia hoy. Cuando hablamos de evangelizar en este cambio de época no podemos prescindir de esa tarea que a veces nos parece incómoda, fatigosa o, en todo caso, una premisa que solventar para pasar a lo realmente importante. Comunicar la fe es mostrar la correspondencia de Cristo con la búsqueda (la angustia) del corazón del hombre. Monseñor Argüello añadió que lo fundamental en este momento es recuperar la relación entre gracia y libertad, e insistió en que “la forma de ofrecer al Señor tiene que venir coloreada por el predominio de la gracia en nuestra vida”. Un mundo que cree no esperar ya nada del cristianismo, puede descubrir con sorpresa que existe una respuesta a su búsqueda. Como diría Camus, es algo que se descubre por gracia, como les sucedía a los que se topaban con Jesús. La Iglesia tiene que ser el lugar que permita el encuentro entre esa gracia, imprevista y anhelada, y la inquieta libertad de nuestros contemporáneos.
- En salida. Un proceso que mira al futuro
Llega el momento de concluir este pórtico de nuestro Congreso y proseguir el trabajo. Este momento y todo el proceso que le dará continuidad deberá estar marcado por la alegría. “La alegría del Evangelio que llena la vida de la comunidad de los discípulos es una alegría misionera… Es una alegría que tiene la dinámica del éxodo y del don, del salir de sí, del caminar y sembrar, siempre más allá. (EG 21).
Es esta alegría la que nos hace libres de medir el resultado de la misión, porque sabemos que el fruto depende de Él y que nuestra paga consiste en haber sido llamados a colaborar en su obra de salvación. Esta alegría nos coloca siempre ante lo que de verdad importa. Recordemos cuando Jesús corrige a sus discípulos que vuelven encantados porque hasta los demonios se les sometían en Su nombre, y el Señor les reprende: estad alegres, más bien, porque vuestros nombres están escritos en el Cielo.
Es el momento de recordar con fuerza el lema de este Congreso de Laicos: “Pueblo de Dios en salida”. Pues bien, una “Iglesia en salida” no se logrará por decreto-ley sino por la sobreabundancia de la alegría del Evangelio. Sólo esta plenitud de vida permite afrontar los desafíos, las hostilidades del ambiente, el cansancio, las incomprensiones e incluso las persecuciones.
Es el momento de recoger el apasionado llamamiento del Papa: “Salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo… Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida.
Recordemos estas palabras y hagámoslas realidad en nuestra vida: “Ojala el mundo actual (que busca a veces con angustia, a veces con esperanza) pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo” (EG 10). Con esa esperanza firme proseguimos el camino. ¡Buen trabajo!